01 December, 2014

Algo para quemar



Yo no debería estar en la calle. A veces creo que lo mejor sería internarme. No es que me sienta particularmente peligroso para mí o para el resto (o capaz que sí), sino que me preocupa esa convicción de estar viviendo lo último de cordura que me queda. De sentir algo vivo adentro.
Desde que tengo memoria fui consciente de ese límite, esa constante a la que han llamado el borde del vaso, y supe reconocerme y medirme en su distancia. Ahora esa presencia habita mi cuerpo, y a medida que la espera se acorta, puedo escuchar (y entender) a las voces. Y de alguna forma, está todo más claro. Pero no soy una bomba de tiempo.

Es algo que podría haberme sacado cualquier médico. No quise, no lo quise. Tuve pánico a que me intervinieran. Preferí esconderlo todo antes que mirar cómo me cambiaban, mientras mis ojos deambulaban por el mundo buscando algo para quemar. Sonreía, mientras tanto, y respondía siempre que sí. Aguanté la respiración lo suficiente, y superé los exámenes de aptitud (o mediocridad) necesarios para no levantar sospechas. Pero no era una bomba de tiempo. Era, más bien, como el furor constante de un fuego blanco sin llama; una radiación antinatural, que lastima lo que toca sin dar ningún calor.
Abandoné la cordura de joven, como quien pierde la fe. Desde entonces, fingí sostenerme en un punto medio. Ahora mi hipocresía cuelga de un hilito, y no me da miedo; lo que me preocupa es saber lo poco que hace falta para que un hombre se rinda ante alguna de las muchas formas de locura que lo acechan.
Habito con un pié en la tierra de los enfermos; la locura tiene lo irreversible de la muerte, y eso lo sabemos todos. Pero tampoco abandono (o resigno) esta vida que conozco, las convenciones sociales. Acá nunca tuve lugar, allá me están esperando. Y todos los días que pasan, resisto con más o menos esfuerzo (con más o menos ayuda) la tentación a ceder por sentir que lo único que me retiene es la cobardía.

22 November, 2014

Otras Cosas

Desvió la mirada y permaneció en silencio. Escuchaba su corazón por encima de la música del bar. Estiró el brazo sobre el sillón para rodearla por detrás de los hombros, ella lo miró, y fue ahí cuando se besaron por primera vez.
Después de algún tiempo juntos, la nostalgia comenzó a fagocitarla. Los intentos de conversar fracasaban. Cada vez más seguido, hablaba de extrañar, de haber perdido aquello con lo que había llegado. Dice el Tao Te Ching: “irse es la vida, volver es la muerte”. Él intentó explicárselo, le dijo que volver a su pueblo, con sus viejos, no era la solución. Que podía hacerlo, pero que cada uno tiene que encontrar su propio camino, y que responder a la necesidad de los demás, por mucho afecto que les tengamos, no garantiza la felicidad propia. También le dijo otras cosas, pero nunca supo si las había escuchado.


Transcurrido cierto tiempo, terminó por aceptar que quizás lo que ella necesitaba realmente era regresar. Quizás (pensó) le faltaba recuperar la sensación de su adolescencia, caminar por la vereda del colegio: cerrar las heridas. No lo sabía. Tampoco supo cómo tuvo la fuerza para ayudarla a empacar, para acompañarla hasta la estación y saludarla con un beso.

14 November, 2014

Perfecto

-Un poco arriba del caballo, ¿no te parece?
-Y, estamos en el año del caballo.
-Claro, tiene sentido. Capaz vos deberías empezar a creértela un poco más, y listo.
-Capaz. Capaz todos deberíamos hacer lo que hacen los demás y seguro así mejoran las cosas.
La conversación se me iba para lo tedioso.
-Vos esperás demasiado de la gente. ¿Cuándo te vas a resignar a entender que son todos unos hijos de mil puta?
-Ni bien pueda.
A ninguno de los dos nos causaba gracia la discusión. Ella me comentó, o más bien dijo al aire:
-Nadie quiere cambiar esto.
-Por cagones -exploté-, porque nadie está bien así.
El teléfono tenía cuatro llamadas perdidas y un mensaje. ¿Podría ser cierto que estuviéramos todos enamorados del espejo? Lacan se daba cuenta y lo decía, o alguien que transcribía sus balbuceos creía que lo decía. Yo solamente podía sentir asco. Lacan también decía que el sujeto se identifica con el deseo del otro, de un otro que aparece como la imagen de completud y de competencia.


No resisto la repulsión de ver a la mayor parte de la gente invirtiendo su vida en ser como alguien más, queriendo disolverse en la pertenencia de los grupos, de los clanes y los clubes, despreciando lo que tenemos pero sin animarnos a pegar el salto por miedo a perderlo. Soñando y construyendo una existencia vacía, fabricada para el olvido.
-¿Otra vez con ese disconformismo retórico?
-Dejame en paz.
-Sabés que ese todos no existe, ¿cierto? Sabés que estás hablando de gente con nombre y apellido.
Me quedé mirando el techo.
-¿Entonces qué te pasa? ¿Vas a volver a como estabas antes?
-No entiendo qué opciones me quedan.
-O sea que sí. Perfecto. Seguí culpando a la gente. Claramente es lo que te hace falta.
Suspiré. Pocas personas nos quieren lo suficiente como para decir lo que no queremos escuchar, pero que necesitamos como el agua. Está la gente que disfruta encontrando algo que pueda lastimarnos, sobran esos miserables; pero quienes se arriesgan a perdernos por decirnos la verdad son los realmente incondicionales.

03 November, 2014

Zwitter


Adiós a las ballenas francas y los ocelotes. Vayamos pidiendo la cuenta.
Cumbia nena.
Olvidate.
Hay un amor extraño entre el universo y el vacío. Lo que nos gusta, nos trae problemas.
El misterio es zwitter.
Es la flor del sueño en la mano de la realidad.
Literatura es más que la eterna regurgitación de un todo incomprensible.
Para los que saben, confusión. Para los que más saben, incomprensión.
Pobres tontos. Nos miraban como diciendo no, chicos, esto es la realidad, pero todos sabemos que esto no es la realidad. Es un sueño hermoso del que vamos a despertar muy pronto.
Lo que puedas ver, sentir de cualquier forma, recordar, es mucho mejor que la realidad. En realidad todos estamos durmiendo mientras cultivan nuestra carne. El mundo es una fantasía, y hay un mundo por persona. El cotidiano ejercicio de lo básico es la jactancia de los intelectuales. Es la maestría.
Los atletas todavía se tatúan su nombre en chino, y romper tradicionalmente las leyes sigue siendo irresistible para la supervivencia de la la la mediocridad.
Además, en el momento de darse cuenta, ella prefirió contagiar a alguien para no morirse sola.


13 October, 2014

Una mujer busca una casa



 Una mujer busca una casa. Yo no puedo decir nada, pero eso es cierto. La vida le dijo que no sé, y ella la sueña, la imagina, la siente en el cuerpo y la dibuja. A veces creo que en su error sigue buscando alguien que la acepte, o me equivoco.
 La casa es felicidad, siempre para otros. Nunca es perfecta; crece según esas reglas de espejos que no se cruzan, de escaleras, de ventanas sin rejas protegidas por un árbol. Está hecha de miedos e intimidades, como cualquier otra promesa, y es diferente en la medida en que es intensa.

20 September, 2014

ÚLTIMO MOMENTO



 Los economistas no lo ignoran. Tampoco es que sea una mentira; las curiosidades son exactamente eso, realidades negadas por el sentido común. La moral no puede justificar el poder, no puede. No hay ley, ni existe la justicia. Tampoco vendrán los años a resignificarlo, nada lo puede cambiar. Somos todos hermanos, por eso nos hacemos lo que nos hacemos. La mano tira de la cortina y la actriz grita, las cosas pasan en la imaginación; siempre fue así, desde que el mundo es mundo.
 Si alguno tuviera la fuerza para trepar hasta el santuario del mono sabio, no podría soportar el peso de su pregunta. Porque la probaron, la probaron en el desierto, y cuando vieron de lo que era capaz, ¿Sintieron compasión? ¿tuvieron miedo? Claro que no. Sonrieron. Y no está mal que así fuera, porque tenían en las manos algo nuevo.
 Mi miedo.
 El ojo no mira desde ningún lado, llenamos la vida de pequeños sentidos por algún motivo. Los abuelos se enojan si no les creemos. Entonces agarramos el cuchillo, que siempre está afilado, y la culpa es de los negros, y blabla. La rabia es contra el vacío; yo no quiero ser una máquina. Viviendo en la epidemia, me contagio y contagio a otros. A nadie le importa si te estás perdiendo, ¿entendés? Vos estás loco. Si no desconfiás, si podés seguir sin sentir nada, estás loco. Tenés las manos en el fuego, ¿Qué estás haciendo? ¿Qué hiciste?
 No me mientas, no te culpes. Bailando coreografías, como una abeja, jugando esos juegos. ¿Quién está más enfermo? ¿Caperucita o el lobo? Así no funciona, ¿cierto? Pero alguien le saca filo al cuchillo, y si tuvieras el valor podrías escucharlo. La locura que se extiende como un cáncer, todos los pequeños milagros cotidianos que hacen para no caerse como títeres huecos, el escaso valor del dinero, los ensayos nucleares. Su timidez de coneja, y la furia con la que me saltó encima, ni bien tuvo la oportunidad.

11 September, 2014

TRAJES Y BINOCULARES~

¿Otra vez? -pregunta a los gritos un tipo que ya no es joven-, ¿otra vez...? -repite, como esperando del resto una revelación epifánica. Nadie le da pelota, le son indiferentes como a todo el zoológico frenético que se junta en el hipódromo. Y, para ser un martes a las dos de la tarde, hay una cantidad considerable de viejos puteando caballos.
Esta escena es simple y sencilla: verde, azul y binaria, como la bandera bonaerense. El espectáculo, entretenido; el público, resignado. Los hombres solos, al rededor de los 50 y largos, constituyen el mayor porcentaje de los espectadores. Generalmente son tipos anchos, casi pelados, siempre con lentes de marco grueso y la revista hípica bajo el brazo. Dan con el estereotipo de “vieja escuela” tanguera, pero habría que ver cuánto de eso no es una puesta en escena, casi una imitación. Porque estos nenes escucharon mas a Los Beatles que a Goyeneche, se les nota en sus caras de truhanes setentistas.
Al ingresar por el prolijo parquecito del Club Hipódromo, el espectador serpentea entre los puestos de comida al aire libre, hasta llegar a las tribunas: la Oficial y la Paddock, que son escencialmente lo mismo, con la leve diferencia que la Oficial es mas “familiera” y en la Paddock se concentra la apuesta pura y dura.
-¿Otra vez? -sigue el tipo, dándole un tono distinto a su plegaria, casi como si los demás le debieran explicaciones. Está apoyado contra la baranda de la tribuna Oficial, mal afeitado, y tiene una mancha de vino en la corbata torpemente atada. Su inquisición se convierte paulatinamente en afirmación, a medida que los caballos doblan la curva:
-Otra vez... ¡Otra vez!
Y así, subiendo de tono hasta gritar con entonación profética, “Otra vez, otra vez”, mientras algún caballo estira el cogote por delante de los demás, el viejo cae en un estado de euforia desmedida, golpeando el aire con los puños, en tanto que los demás maldicen por lo bajo, y descargan su resentimiento trozando en dieciséis pedacitos los comprobantes de sus apuestas. Suena el megáfono, para anunciar algo incomprensible, y todos se relajan. Incluso el ganador vuelve a poner cara de nada, y varios de los que estaban absortos mirando la carrera por el monitor, se giran para reír con sus compañeros (colegas o competencia) y pedir algo para tomar. Algunos de ellos, aprovechan para conversar con sus esposas; otros buscan a sus hijos, a los que descuidan entre apuesta y apuesta.



El ambiente se relaja y se distiende. En lo alto de la tribuna Oficial, están el restaurante y la barra. No vale la pena mencionar las máquinas para tomar apuestas, porque están por todos lados: a la vuelta de la entrada, en los puestos de comida, en la planta baja, junto a las mesas, en el café. O prácticamente en todos lados: solo se salvan los baños. No, lo que caracteriza al restaurante es su indeterminación, su mezcla rara de casino con restobar familiar. Desde estas alturas, el auténtico grupo de ludópatas sostiene al negocio del hipódromo.
Son hombres serios, que visten de traje y no miran la carrera por la pantalla del televisor sino que la estudian detrás de un par de binoculares al pie de la ventana. De ellos se trata todo esto; adornados con pañuelos o sombrero de ala corta, los caballeros apuestan sin dudar $300 encima de improbables combinaciones, cada diez o quince minutos. Cuando pierden, no lloran; y cuando ganan no gritan. Si se los mira a los ojos sin discreción, todos tienen cara de estar ocultando algo; como probables tahúres que son, les incomoda la atención de los desconocidos cuando llevan un fangote de guita en los bolsillos.
El sector distinguido del restaurante, es el área VIP. Allí brindan, alegres, las autoridades del hipódromo con sus invitados de alta categoría; hombres y mujeres de Palermo o San Isidro que se ganan la vida con el deporte de los reyes. Sacando la alfombra y el aterciopelado de las paredes, el VIP no concentra mayores diferencias con el resto del lugar. Al jefe se lo reconoce porque, de los hombres de traje, es el único que sonríe y no lleva la revistita bajo el brazo.
La revista hípica es el instrumento, la herramienta indispensable para quien busca apostar; y, al igual que las máquinas, está presente en todos los rincones. Un hombre lisiado la vende bajo una sombrilla demasiado discreta.
-¿Cuánto está? -pregunta una chica.
-Doce y Quince.
-¿Y cuál es la diferencia?
-Ninguna... -contesta reflexivamente el lisiado- realmente, ninguna.
-Bueno, dame la de doce.
-Sale trece.
Una tonada paraguaya interrumpe desde lejos:
-¡El maestro! ¿Cómo le va, maestro?
-Acá tirado -contesta con desaire, pero agrandado, el vendedor de revistas.
-¿No quiere un mate? -pregunta el paraguayo, estirando la mano para saludar. Es un tipo flaco, morocho, de traje nocturno, cadenita dorada y camisa abierta hasta el pecho.
-No, gracias. Antes tomaba mucho mate, pero ahora ya no puedo.
-Y, mucho nunca es bueno.
-Como todo.
-¡Ahí está! El que sabe, sabe, ¿cierto?
-Y el que no se va a su casa -contesta, secante, el lisiado. La chica se aleja, sin despedirse.
Así se desliza la tarde para los burreros. Un viejo solitario, parecido a Bioy Casares silba un tango. La letra dice: “Lo que vos soñás, hermano/ es difícil de encontrar/ Se quebraba de bancar, la soledad del domingo/ y que el fútbol y los pingos/ comienzan a no alcanzar”. Es exactamente lo que sucede después de pasar un buen rato ahí adentro; el tiempo transcurre, y al final del día un sinsabor generalizado invade a los concurrentes, quizás la amargura de la recurrencia.
El viejo se para, atento a la pista, y grita unos números al azar: “Dos, cuatro, diez, seis”. Se lleva las manos al gorro, e improvisa una lección doctoral de malas palabras en castellano lunfardo. Termina la carrera, algunos viejos se abrazan y saltan; el del tango grita: “¡Esta es una fija, carajo!”, tose ruidosamente y escupe un tumor verde sobre la escalera. Pasa la euforia, y alguien termina el comentario que había dejado en el aire:

-¿Un campo en formosa? Está loco...

27 August, 2014

Tachame la doble

 Ahora que te conozco, creo que te entiendo mejor, pensó. Pero no se lo dijo.
 Seguramente algo de esa intención se le filtró por la mirada, porque ella, cruzando las piernas sobre las suyas, preguntó:
 -¿Te parece que soy inmadura?
 Ya habían trascendido el punto en que la sinceridad puede lastimar el orgullo, aunque no habían puesto aún esa sinceridad a prueba. Simplemente, habitaban el territorio llamado intimidad.
 -La gente madura me aburre -contestó enseguida, sobreanalizando la pregunta.
 Disfrutaban del sol de la tarde, acostadas, una sobre la cama y la otra sobre un colchón que habían puesto bajo la ventana. Hablaban sin mirarse, como personas que conocen su afinidad.
 -A veces me preocupa no tener nada planeado para el futuro.
 -¿Nada como qué?
 -No se... no me imagino teniendo trabajo, hijos y todo eso. O sea, me encantaría, pero no creo que pase.
 Sonaba un concierto de piano en la pieza de al lado.
 -Hace tanto que no pienso en eso -se giró para verla-, ¿qué te imaginabas cuando eras chica?
 -Nada, qué se yo. Que me iba a hacer famosa cantando -dijo riéndose, y se rieron las dos. Siguió diciendo:
 -Es como si todo el mundo hubiera aceptado que no puede hacer lo que le gusta. Estoy cansada de sentir que me miran como a una loquita. ¿O no? ¿O no es verdad que la gente es resentida porque le molesta ver que se puede estar bien sin tener que "ganárselo"? -hizo las comillas con los dedos-. No me cierra que la opción lógica sea sacrificar siempre lo más personal. O sea, estamos jugando a la generala, y todos andan ansiosos por tachar la doble; bueno, yo no quiero tachar la doble, por mí que sea doble o nada.
 -Eso mismo. Doble o nada.




Se dio cuenta que estaba excediéndose: era su primera confesión de inseguridad. Había algo de admiración no recíproca entre ellas, que era parte de las reglas en la relación. Volvieron a mirar hacia el techo.
 -¿Bach?
 -¿Qué?
 -La música.
 -Ah, si. Las variaciones de Goldberg.
 -Me encanta boluda. Me hace pensar en abejas y toda la pavada.
 -Dura un par de horas.
 -No tengo apuro.
Se quedaron calladas, con los pies al sol que hacía brillar las partículas de polvo. María se incomodaba mucho con la gente, y lo resolvía fumando veinte cigarrillos por día; en la misma situación, con cualquier otra persona, ya se habría fumado dos o tres. Pero no existía esa situación con otra persona.
 -Si fuera chabón me dejaría la barba -comentó. Era lo que le cruzaba por la cabeza en ese momento, lo compartió para no hacerle sentir que la conversación había terminado.
 -Yo sería re puto -contestó, con calma, recostando la cabeza sobre los dedos entrecruzados.
 -De una, y haría boxeo.
 -Todo para tener mas levante, obvio.
 -Si, obvio. Además para que no me saquen la ficha.
 -¿Y manejarías una camioneta?.
 -Claro.
 -Yo te re daría.
 -Tendrías que ser puto, pero no tener barba; ya los dos con barba me daría mucho asco.
 -Claro. "Tachame la doble".

24 July, 2014

SIGNO DE INTERROGACIÓN ABIERTO

-¿En qué pensás?
-En que no entiendo ni la mitad de las palabras que uso.
 Nunca dejé de preguntarme cómo hacen los que viven tranquilos. Acepté darle el beneficio de la duda a los prejuicios que todavía no pude comprobar; sin embargo creo conocer personas que viven, creo, tranquilas. Esa idea en particular es como una mancha solar en los ojos, se me escapa cada vez que pienso en algún ejemplo. ¿Existe alguien que sea simple? Y el universo externo es también infinitamente complejo.
 Digo que también porque de lo ínfimo a lo galáctico solo tenemos la certeza de conocer un apenas, que crece constantemente y sigue resultando poco; el mundo interno de cada persona tampoco tiene límites, y entre dos cosas infinitas no hay ninguna mas infinita que la otra. O quizás la cagada se la mandaron al principio, cuando basaron al pensamiento en dualidades, dialécticas, dicotomías, sistemas binarios... sin entender que es posible que la infinitud del universo abarque a todas nuestras infinitudes.


 -Perdés mucho tiempo pensando esas cosas. ¿No tenés nada que hacer?
-Si, por supuesto.
-¿Entonces qué te pasa?
-No se, tengo cierta debilidad por lo que no tiene un propósito.
-Todo tiene un propósito.
-Pero para algunas cosas ya pasó su momento. Me atraen más cuando perdieron su utilidad. Tampoco soy el único, fijate cuántas personas se interesan por las especies en extinción. Mirá, si tuviera plata coleccionaría estampillas.
-Se hace buena guita con el ahorro postal.
-Si, y no tengo ni idea de cómo funciona. ¿Te parece tan raro? A mí me atraen las cuestiones en desuso, como el concepto de falsa conciencia de clase, o el signo de interrogación abierto. Parece un anzuelo, ¿cierto? De acá a cierto tiempo van a desaparecer, y si eso pasa me da exactamente lo mismo; pero tienen algo, qué se yo. Me pregunto quién los habrá inventado a los signos. Son muy representativos; el de exclamación es dinámico, el de pregunta serpentéa... No se me ocurre una forma mejor o más simple de dibujar las expresiones.
 Puso los ojos en blanco:
-Matate.

21 June, 2014

·PLANTEOS·

Por cada paso que avanza, Aquiles tiene que recorrer la mitad de la distancia que le queda para alcanzar a la tortuga. Esa fracción se multiplica infinitamente, de forma que nunca pueda alcanzarla: es la paradoja de Zenón.
 Hace mucho que sabemos que la revolución está en las mentes, que no hay objetos sino discursos; hace más tiempo que ignoramos la falsa naturaleza de los planteos. Nuestra capacidad de reconocer el mundo consiste en interpretaciones, en formas de explicar y de entender, que se remontan hasta nadie sabe cuándo, y que se extienden por las dimensiones de lo intersubjetivo, remitiéndose entre sí, dándose sentido, manchándose, hasta lo infinito.
 El valor de una afirmación depende siempre de la forma en la que se la formula: no hay realidad sin reglas, pero no hay reglas. Las inventamos para jugar, justamente, para darle valor a lo que hacemos.



El problema es que nadie puede seguir las reglas: no solamente porque solo existen en el plano de lo ideal, sino (y esto es lo mas perverso) porque siempre están planteadas de forma que sea imposible vivir dentro de ellas. No están armadas para seguirlas, sino para asegurarse el resultado antes de empezar a jugar. Por eso la pequeña diosa de la victoria con alas dice just do it: la victoria no está al final de la carrera, sino al principio de las reglas.
Nada está, dentro del juego, a nuestro alcance: solo la capacidad de aparentar, de ser comprendidos como algo parecido a lo que nos imaginamos que debe ser un ganador.
El mundo nos entra por los sentidos, pero los sentidos se someten a las interpretaciones: las hipócritas reglas. Todo consiste en fama y prestigio. Y la fama, ya lo dijo Lawrence de Arabia, es un brillo cegador.

03 June, 2014

Sobreactuado


-¿Alcanzó a decir algo?
Parece que era su cumpleaños.
-Estábamos muy lejos, no se veía la cara.
Pudo ser mejor, qué se yo.
-No deberías haber dicho nada.
Igual ya estaba en las últimas.
-¿Lo envenenaron con un salero?
Supongo que algo pasaba.
-Che, no la estoy pasando bien.
Claro. Era obvio para todos.
-¿No tenías que ir a la escuela?
Se cansó de mentirle al mundo. ¿Nadie lo vio? ¿Nadie lo ayudó? Es otro tema. ¿Sabés lo que te pasa, nena? Estas llena de problemas. Vas a aprender a callarte la boca.
No me gustó, demasiado sobreactuado. Estaba pensando pagar un disfraz para entrar a esa fiesta.
-Me lo crucé en la escalera.
Nos contó que es adicto al juego.
-Bancá. Creo que me quiero ir.
(Se termina cuando yo digo)
-¿Usa anteojos? ¿Tiene barba?
-Al principio sí. Y era eso, o prenderse fuego.
Le pareció que hablaba en serio.
Capaz estás exagerando. ¿Hay cadáveres?
La tortuga, el velero y los pies ligeros.
-Prestá atención, fijate bien. Otra vez me quedé sin crédito.
 Del uno al diez, ¿Cuánto me das?
Qué se yo. Pudo ser mejor.
-Justo o injusto, no es lo que importa.
¿Me querés? ¿Me entendés?
-Creo que voy a vomitar.
Debería darte vergüenza.

11 May, 2014

¿Cerrarías la puerta antes de irte?


-Bueno, gracias.
-¿Gracias por qué?
-No se, por todo.
 El ambiente era incómodo. Se le escapó una lágrima, que trató de esconder contra mi hombro. Pero no estaba triste. Comenzó a reírse, sin darse cuenta.
 -¿Qué pasa?
 -Nada -mintió-. Quiero vestirme, voy a arrancar para casa.
 -¿Y si esperás hasta que no llueva?
 -Todo bien, no pasa nada.



 Deslizó el brazo por la manga de la camisa. Me di cuenta que le estaba costando vestirse.

 -Si querés podés quedarte a dormir.
 -Mejor no -contestó- se va a hacer tarde.
 -Como quieras.
 Después ya no habló. Se levantó, sin decir nada, y miró por la ventana. Afuera estaba el apocalipsis.
 Me giré hacia la pared:
 -¿Cerrarías la puerta antes de irte?
 No me hizo caso. El ruido del ascensor se fue lo último que me dejó. Existe la noción de que un clavo saca otro clavo, que hay muchos peces en el mar. No sé si quiero comprobarlo.

27 April, 2014

IBA PARA ESE LADO



El colectivo cerró las puertas e intentó arrancar, justo cuando me estaba acercando. El tipo se calentó porque me trepé de un salto y tuvo que frenar para no llevarme agarrado de la manija. Entré sin saludar:
-No te voy a esperar hasta que tengas ganas de subirte.
-¿Y me vas a pisar por eso?
-No es mi problema, yo llego a la parada y arranco, si vos no estás no estás.
-Bueno, cobrame. La próxima vez esperá, ¿qué vas a hacer si pisás a alguien?
-No me importa.
-¿No te importa?
-No, si vas a andar paseando no es mi culpa, además...
Marcó el boleto de $3.
-No me importa.
-¿Qué?
-Que no me importa. Lo que tengas para decir no me importa.
Me alejé hasta los asientos del fondo. Viendo que la gente estaba pendiente, intentó hacerse el macho:
-¿Qué dijiste flaquito? Vení para acá.
Lo ignoré.




Nos tiramos en la cama sin saber qué esperar de la vida. De alguna extraña manera teníamos la convicción de que no se ponía mejor que esto. A la sociedad no le importaba si nos dirigíamos hacia un final precipitado ahogándonos en nuestra basura, todos coincidían en un odio irracional contra las pandillas bolcheviques y la falacia del locus amoenus. La decepción de muchos intentos derivó en un anhedonismo consumista lleno de rencor hacia la vida y la juventud.
-¿Por qué me seguiste esa tarde?
Pensé mi respuesta durante un momento.
-¿Preferirías que no lo hubiera hecho?
-No es eso. Yo te había lastimado mucho, ¿por qué no te fuiste, y punto?
-Sí me fui.
-Pero me seguiste, y acá estamos.
-No te seguí.
-¿Entonces?
-No se. Iba para ese lado.
Dejamos de hablarnos hasta que se me durmió el brazo. Tuve que molestarla para acomodar la almohada. El futuro prometía más nimiedad, más miedo, más promiscuidad y relaciones más livianas; parece que era fácil vivir así. Los grandes proyectos de la humanidad consistían básicamente en celulares invasivos, trabajos de medio tiempo y calzas que se metieran en el orto. Para quejarse estaba el arte, y para relajarse los bares.

Dichoso aquél que lejos de los negocios,
como la antigua raza de los hombres,
dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con sus propios bueyes,
libre de toda deuda,

y no se despierta como los soldados con el toque de diana amenazador,
ni tiene miedo a los ataques del mar,
que evita el foro y los soberbios palacios
de los ciudadanos poderosos.


En el mundo no había lugar para nosotros. Una vez me rompí los nudillos contra un árbol pensando en eso. Pero en realidad no era por eso, en realidad no me importaba.

25 March, 2014

Vértice

Los delirios de una fiebre que no era fiebre le hicieron divagar, primero, por un infinito oscuro donde la única división era la del horizonte que separaba al mar profundo de una noche sin estrellas; luego, sintió el vértigo de la velocidad y aunque estaba ciega comenzó a ver colores sin forma. Los sonidos eran temperaturas y recordó las historias de su niñez.



 En su viaje conoció gigantes, desnudos y elocuentes. Le llamó la atención que las mujeres le sonrieran sin envidia ni malicia; eran todos pobres. Le contaron una fábula que ya conocía, donde la luna y el sol se perseguían, pero que no pudo recordar, y al crecer la tarde sintió la tentación de alimentarse de un pez que jugaba cerca suyo en el arroyo. Con inseguridad se lo llevó a la boca, y lo vio sonreír mientras le arrancaba la carne de su lomo con los dientes: era un alimento blanco y jugoso con el sabor de una fruta que se hacía más y más jugosa a cada momento, hasta que tuvo que escupir un bocado de agua pura. Sin embargo, sintió que se ahogaba, porque no podía parar de vomitar grandes bocanadas de esa leche de coco blanca e insípida, o tal vez metálica. El pez permaneció cerca suyo, nadando, mientras ella desesperaba. El mar la tapó y sintió que no hacía pié; cuando miró hacia el abismo pudo contemplar una multitud pálida, que eran los muertos.
Intentó hablarles, pero no consiguió emitir ningún sonido. De verdad que lo intentó, lo estaba intentando. No podía, era cierto que no podía, y los muertos la miraron dando a interpretar que no le creían.
Cuando se despertó le dolía la cabeza y el hígado.

16 March, 2014

MANGATA

Sonó el timbre del domingo al mediodía. Era, como siempre, una vieja pidiendo ropa o comida, o cualquier cosa que pudieran darle. Sin ponernos de acuerdo decidimos ignorarla (tampoco hablamos de eso), y un largo suspiro suyo anunció que no podíamos seguir durmiendo. La resaca era un problema, que no le agregaba ni quitaba belleza a la tarde nublada y tranquila.
 Hizo un café para cada uno, lo tomamos escuchando a Jobim acariciando el piano con ese deje de saudade que no se puede explicar sin caer en adjetivos presuntuosos y vacíos. La miré con desprecio por una fracción de segundo, preguntándome si elegía ignorar todo aquello del mundo que no podía conciliar con nuestra vida feliz, o si directamente no le importaba nadie. Tenía la mirada perdida, clavada en la mesa; masticaba un pedazo de pan árabe con casancrem.
 -Eu, -me dijo- ¿vamos a ir al Teatro?
 Recordé eso del ballet. Ni siquiera sabíamos qué daban, pero teníamos un par de entradas. Me rompí la cabeza tratando de encontrar una respuesta que no redundara en un como quieras mutuo y perpetuo.



 Al rato bajamos. Ni siquiera quedaban policías en la calle; la fiesta se había terminado, dejando una alfombra de hojas y papeles que se extendía por las veredas silenciosas, mientras que los perros olfateaban el vómito seco de las baldosas. Los recuerdos de la noche fueron apareciendo en el camino, generando risas espontáneas y golpes en el hombro. Ahora iban a ser anécdotas, y ya no me las podría olvidar nunca, como no puedo olvidarme de nada: en un claro de luna que llenaba el vacío profundo entre los edificios, nos quedamos bailando muy, muy lento. No me asusta que la arena de la mediocridad tape esos recuerdos, perdí el miedo a perderlos. Perdón por tan poco, digo y repito. Perdón por tan poco, todo este tiempo.