Seguramente algo de esa intención se le filtró por la mirada, porque ella, cruzando las piernas sobre las suyas, preguntó:
-¿Te parece que soy inmadura?
Ya habían trascendido el punto en que la sinceridad puede lastimar el orgullo, aunque no habían puesto aún esa sinceridad a prueba. Simplemente, habitaban el territorio llamado intimidad.
-La gente madura me aburre -contestó enseguida, sobreanalizando la pregunta.
Disfrutaban del sol de la tarde, acostadas, una sobre la cama y la otra sobre un colchón que habían puesto bajo la ventana. Hablaban sin mirarse, como personas que conocen su afinidad.
-A veces me preocupa no tener nada planeado para el futuro.
-¿Nada como qué?
-No se... no me imagino teniendo trabajo, hijos y todo eso. O sea, me encantaría, pero no creo que pase.
Sonaba un concierto de piano en la pieza de al lado.
-Hace tanto que no pienso en eso -se giró para verla-, ¿qué te imaginabas cuando eras chica?
-Nada, qué se yo. Que me iba a hacer famosa cantando -dijo riéndose, y se rieron las dos. Siguió diciendo:
-Es como si todo el mundo hubiera aceptado que no puede hacer lo que le gusta. Estoy cansada de sentir que me miran como a una loquita. ¿O no? ¿O no es verdad que la gente es resentida porque le molesta ver que se puede estar bien sin tener que "ganárselo"? -hizo las comillas con los dedos-. No me cierra que la opción lógica sea sacrificar siempre lo más personal. O sea, estamos jugando a la generala, y todos andan ansiosos por tachar la doble; bueno, yo no quiero tachar la doble, por mí que sea doble o nada.
-Eso mismo. Doble o nada.
Se dio cuenta que estaba excediéndose: era su primera confesión de inseguridad. Había algo de admiración no recíproca entre ellas, que era parte de las reglas en la relación. Volvieron a mirar hacia el techo.
-¿Bach?
-¿Qué?
-La música.
-Ah, si. Las variaciones de Goldberg.
-Me encanta boluda. Me hace pensar en abejas y toda la pavada.
-Dura un par de horas.
-No tengo apuro.
Se quedaron calladas, con los pies al sol que hacía brillar las partículas de polvo. María se incomodaba mucho con la gente, y lo resolvía fumando veinte cigarrillos por día; en la misma situación, con cualquier otra persona, ya se habría fumado dos o tres. Pero no existía esa situación con otra persona.
-Si fuera chabón me dejaría la barba -comentó. Era lo que le cruzaba por la cabeza en ese momento, lo compartió para no hacerle sentir que la conversación había terminado.
-Yo sería re puto -contestó, con calma, recostando la cabeza sobre los dedos entrecruzados.
-De una, y haría boxeo.
-Todo para tener mas levante, obvio.
-Si, obvio. Además para que no me saquen la ficha.
-¿Y manejarías una camioneta?.
-Claro.
-Yo te re daría.
-Tendrías que ser puto, pero no tener barba; ya los dos con barba me daría mucho asco.
-Claro. "Tachame la doble".