18 December, 2015

Lo zarpado

Tenía que pasarme, y me pasó. Dos vagancias, tipos grandes, uno con cara de peluche y el otro malo como un puma. Una cuchilla de cocina apuntando hacia mi hígado les sirvió para sacarme el DNI, la credencial del laburo, y una sube con veinte pesos de saldo. Después que me soltaron caminé unas cuadras hasta dar con un patrullero. Más de lo mismo. Lo único que yo quería, era que me aguantaran en la vereda a ver si todavía andaban mis cosas tiradas por ahí; pero el largo brazo de la ley estaba muy filoso para la retórica, y solo conseguí 20 minutos de amena conversación, en los que me quedó bien claro y de muchas formas que ellos no iban a hacer absolutamente nada al respecto.
Fin de la historia esa.
Doña karma me escribe un par de semanas más tarde, para avisarme que había encontrado mi documento con la credencial del diario, tirados en el piso de un colectivo. A esas alturas ya había dado todo por muerto, y recuperar las cosas fue el punto más alto de un mes apestado por asquerosas noticias electorales. Esta es tu fortuna, me dije. Y, sin embargo, estaba equivocado; porque una mucho más grande estaba en camino hacia mí.
En una esquina, apoyada contra un árbol con su inconfundible estilo arrabalero, se lucía en compañía de las de su especie. La vi de suerte, por no perder la costumbre de fijarme, pero ¿cómo no reconocerla, después de haber compartido tantas cosas? Que las cicatrices de las rodillas respondan por mí. No, trece años de compañía son demasiados como para andar confundiéndose. Claro que algunas cuestiones habían cambiado, detalles; pero todavía conservaba ese look minimalista que tanto me atrae y me enamora.
Dos años habían pasado, sin olvidarla, pero entendiendo que la vida sigue, y que de alguna forma tenía que moverme para llegar hasta donde quiero. Trece vueltas al sol las pasamos juntitos, y hasta en ese número encontré cierta fatalidad: porque sabía que ni bien me la trajera a la ciudad me la zarpaban. Dicho y hecho, duramos cuatro meses desde de la mudanza. Me reproché por no haberla cuidado lo suficiente, por haber sido un confiado de mierda; hasta que acepté que no tenía la culpa. Que, en todo caso, mi responsabilidad estaba en la inexperiencia.



Interpreté que era el precio que tenía que pagar para aprender a valorar mejor lo que es mío. Pensé, por un lado, que todo lo que existe en algún momento se va a romper; pero también que no desaparecía del universo, que solamente la habían robado, y que alguien estaría feliz encima suyo galopando como un rayo. Y de nuevo me equivocaba, porque una cosa es la realidad, y otra que no tiene nada que ver es la manera en la que la entendemos; con la moral, la justicia poética y otras formas de resignar lo que perdemos, o de justificar lo que sabemos que robamos. Pero para el que tiene la mano abierta no existen leyes, y recién cuando estuve entregado a que sucediera lo que quisiera ir o venir, recién entonces nos volvimos a encontrar. Distintos, más grandes, y en otra situación.
La miré pensando qué decidir. Le hice unas caricias por los viejos tiempos, en silencio, y el bicicletero se acercó sospechando lo obvio. La tarde que le conté todo esto, Guille me dijo que debería habérmela robado, y capaz que tenía la razón. Tal vez lo zarpado se pague con un arrojo de autodeterminación y audacia; cien años de perdón, el talión, y toda la bola.
En realidad, al final terminamos negociando un acuerdo de poca guita con el chabón de la bicicletería. Era un viejo lobo de mar en cuestiones de la compraventa: intentó persuadirme de que no era, me contó una anécdota muy a lo Fargo, en la que a él le robaban un Fiat 100 en 1988 y desde esa época que venía frenando coches en la calle para ver si se trataba del suyo. Se llamaba Ricardo, y su negocio era un huesero de bicis afanadas.
Me pregunté: ¿Qué prefiero realmente? ¿Cuál de las dos sería peor? ¿Que vuelvan a chorearme, y perder algo que quiero, o encontrarme sin previo aviso con las cosas que ya resigné de mi vida? Podría volver a pasarme, y seguramente me pase. No es sencillo enfrentarse con lo resignado, no es para cualquiera.
Porque yo ya resigné eso de llevar una vida sencilla, claramente no es para mí; como también resigné lo de sentirme una persona cualquiera, y no son cosas que me anime a volver a cruzarme en el camino. Si me las cruzo, espero estar encima de la bici, y pasarlas de largo bien rápido.
Qué linda que es, la verdad.
Menos mal que nos volvimos a encontrar.
Aunque, ahora que me fijé mejor, tiene un par de detalles que me hacen dudar.
Capaz no que sea la misma que me afanaron hace dos años.
Igual, todo bien; es una bici nada más. A nadie le importa.

25 October, 2015

No tiene nombre

Traca, traca, traca resonaba mi bicicleta a los saltos por los adoquines. Iba por una bajadita especialmente intrincada, en la soledad de la noche, para verme con un amigo en la plaza. Nos juntamos ahí a charlar de las cosas de la vida, cuando no hay gente ocupándola. Siempre vemos a la policía llegar con el patrullero cargado de nenes, los meten en la comisaría y al rato los largan. Hasta ahora, ninguna noche fue la excepción.
Estaba empezando a entender ese concepto de cuanto peor, mejor, o al menos a incorporarlo en mis cuestiones cotidianas: amigos, trabajo, carrera y otros afectos. Uno que sabe mucho, me había recordado que todo lo que perdura se forjó en la resistencia; pero a veces nos perdemos en la distancia que existe entre entender una cosa y poder reconocerla cuando sucede, así que agradecí por volver a escucharlo. Porque es verdad que todo lo que perdura se forjó en la resistencia.
Pasa que la vida en sociedad es sutil y muy compleja, siempre se miden las cosas desde los efectos que producen.
Tuve que hacer un poco de fuerza con los brazos, para despegar mi cara del suelo. A un costado, pedazos de bicicleta desparramados brillaban en la vereda. Una rueda seguía girando, o sea que no me había desmayado. El indicio de que había sido un vuelco violento y espectacular lo tuve en las expresiones de una pareja que venía caminando abrazadita, cada uno con la mano en el bolsillo del pantalón del otro. "Se mató", leí en sus caras, pero inmediatamente la de ella viró en alivio, y la de él en tentarse de risa. La bici, en el piso, había quedado como cuando se rompen las cosas en los dibujos animados, solo faltaba el ruido de acordeón desafinado.
Traté de entender lo que pasaba.
La explicación técnica sería que el guardabarros de la rueda de adelante se soltó, trabando el giro y provocando una frenada en seco que me catapultó un par de metros horizontales hacia la vereda, sobre la que aterricé con la palma de la mano derecha, la rodilla izquierda, el tobillo del otro pié, y apenas la mejilla. Un lujo de maniobra aérea. Pero lo que me estaba pasando era distinto, era una sensación enorme que me llenaba los pulmones; una mezcla de nostalgia con alegría.

·

Estaba viajado en el tiempo. El último palo que me había pegado en la bici, había sido hacía unos quince años. Los días eran más largos en esa época, y los recuerdos que me quedaban de ellos eran apenas un puñado de nociones generales, no mucho más que el argumento de una película o de un libro, como si todo le hubiera pasado a otra persona que ya no era yo. Fragmentos enteros de memoria estaban regresando: charlas, detalles insignificantes, comentarios hechos al pasar y cosas que me habían gustado cuando las probé. Especialmente, lo más extraño era el recuerdo de sentir cómo era, antes de entender todo lo que hoy entiendo; antes de ser grande.
Qué loco. Yo hacía eso de pararme sobre el cuadro de la bici, como un equilibrista. Claro que en esa época pesaba 35 kilos. De vuelta la presente, el adulto y el niño estaban mirándose los ojos, y ninguno sentía vergüenza ajena.
Quise definir el golpe que me había dado. No era un palo, porque eso implica chocar contra algo; ni tampoco una piña, porque eso es cuando te la das contra alguien. "No tiene nombre", decidí: era un choque de mí contra migo mismo.
En la comparación, el futuro en el que estaba viviendo me parecía asombroso: no solo desde la tecnología, que desbordaba los límites de mi imaginación, sino en lo que había hecho con mi propio destino. Parecía casi una joda cómo terminaron siendo las cosas, y no pude evitar reírme, ahí tirado en la vereda, a media noche.
Comprobé que no estuviera sangrando, y me paré de nuevo. Como siempre, las apariencias engañaban; entendí que no pagaba un precio demasiado alto por lo que estaba recibiendo. Alcanzaba con verme para burlarse.
Cualquiera diría que era un tarado.
Ni siquiera me dí cuenta en qué momento me la puse. De chico, cada vez que volaba en la bici era como un momento matrix. Tenía, de nuevo, cada detalle en la cabeza; como un sabor que me llenaba la boca, o como la caricia de alguien que volvía. Era una experiencia física y espiritual, inducida por la reunión entre ciertos adoquines muy zarpados, y el puto del guardabarros traidor de la rueda de adelante, que hace mucho tendría que haber tirado a la mierda. Casi me mata, pero lo de aprender de las caídas nunca había sido tan literal ni tan pragmático.
O capaz fue ese golpe en la frente, no lo sé.
Junté los pedazos de bicicleta, y me la llevé andando en la mano. El viento movió unas hojas, y flashé que me corría un perro. Claramente estaba aturdido. Me distraje del dolor con el recuerdo de una mano que jugué en un campeonato de truco, en sexto grado; podía acordarme qué cartas me habían tocado, pero no tenía manera de demostrarlo, ni nadie cerca para contarle.

16 September, 2015

Guatemala


Me escuchó atentamente, ni con interés ni con recelo, sino con atención; distinto de los burócratas locales, que te miran por encima del hombro, acostumbrados a que la gente se les acerque solo para mendigarle algún favorcito, algún gesto de amiguismo con el que sentirse congraciados de por vida. Le expuse mis intenciones, las conversamos, y me dio su tarjeta. Me pidió que le enviara un mail recordándole todo el asunto por escrito, porque tenía ganas de facilitarme alguna ayuda.

-¿Es muy complicado conseguir la residencia cubana? -quise saber.
-Y, te tienes que casar con una cubana.
-En principio, eso no sería ningún problema -respondí con media sonrisa.
 A mi edad, mis viejos ya tenían dos hijos que sabían escribir; el más chico su propio nombre, y el más grande ni idea cuánto. Dentro de un par de años, superados los treinta, se que esa cifra me va a dar vueltas por la cabeza en mis habituales noches de insomnio; y qué bien que me vendría tener a alguien al lado para amortiguar el aislamiento.
"Casado con una cubana", resignificaba la connotación oscura y fría de "casado".
 Miré hacia adelante, en mi futuro; y sentí que la vida era como una pila de monedas que vamos armando, más o menos derechita, en función del cuidado que se le ponga. Uno puede ser desdeñoso y, con la perspectiva del tiempo, se empieza a notar en qué puntos faltó atención, dedicación, prolijidad... Pero al final, todo crece hacia arriba, como el tetris, cada vez más rápido; buscamos acomodar lo mejor posible las cosas a medida que se nos vienen encima, sintiendo el frenesí de una música que al principio era divertida, entendiendo finalmente que, por bueno que seas, no es posible para nadie sostener lo efímero, ni para siempre, ni por mucho tiempo más. El juego se termina cuando llegás hasta arriba, y el que juntó más puntos se gana el privilegio de ponerle su nombre al primer puesto, hasta que llega otro y se lo saca, y así.
 La gilada.
 Dentro de poco voy a decir "basta", y me voy a dedicar a buscar las cosas de la vida que me hacen latir el corazón. Basta de juntar puntos, basta de pensar en el primer puesto como la gente del cardumen. Jesús dijo que había una vida mejor por llevar, y es lo que me interesa; porque yo también veo que es cierto.
 Ni cabida.
 Eso es lo que me iría a buscar a Cuba. Nunca necesité demasiado, pero ahora entiendo que siempre fue mucho más de lo que creía. En un futuro, quizás me toque proveer a mi familia; y si ese es el caso, creo que las mejores oportunidades las voy a tener en un país que, con menos plata que Haití, tiene la mejor salud pública del mundo entero. Eso habla de un profundo respeto hacia la vida.




 Allá nadie se ríe del anarquismo, porque es lo único que queda a la izquierda del gobierno. Y, sin embargo, se acercan infinitamente al sueño de Malatesta: un mundo en el que las únicas penas, sean las penas del amor no correspondido.


"Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor".


La niña de Guatemala. Tal vez no haya muerte más dolorosa, porque el amor no mata realmente. Decimos que la otra opción sería rendirse, Pero, ¿cómo es rendirse? ¿Cómo es dejarse caer hasta que todo se termine, sin tratar de intentar nunca nada, aunque solo sea un último manotazo de ahogado? Así sería: como un tetris. Riéndose, angustiándose: sufriendo las leyes del dharma, cantando Sinatra.
 Siento un poco de lástima por esos empleados de la oficina que me forrean cuando paso a cobrar; son unos ñoquis miserables pero evidentemente creen que porque se encargan de agilizar la firma de un cheque a mi nombre una vez al mes, les debo un tributo de simpatía sumisa o algo así. Nunca me termina de asombrar lo equivocada que puede llegar a vivir la gente, lo fácil que se agachan cuando tienen miedo, y lo poca cosa que resultan ser a la hora de hacerse respetar frente a alguien más poderoso. Les gusta fingir que no escucharon, hacer como que no vieron; reírse, porque la realidad es muy pesada, y exhibirse, porque la vida es muy corta.
 Y viene este burócrata cubano a decirme que "la mayor parte de la humanidad es buena, es noble". ¿Hablaba de la misma humanidad que mira a su nación con malos ojos, sin fundamentos y solo porque sí? ¿Para qué me dijo eso? ¿Qué me quería vender? Nunca le mandé ese mail. Hace como 60 años que no le venden nada a nadie, claramente están fuera de práctica: acá la onda es diferente, hay que promocionar a través del miedo, el humo, y la paranoia.
"Yo que no creo -anotó Macedonio Fernández- en la muerte de los que aman, ni en la vida de los que no aman, te digo lo que no me oirás nunca, y que ya sabes: que es imposible que no seas feliz". Eso es verdad.
 Salí de la depresión maniática en la que me pasé los años perdidos, que fueron los únicos realmente indispensables, sabiendo que eso era cierto; y, de yapa, pudiendo entender los papeles de Recienvenido. Ahora las cosas van y vienen, como siempre; pero de a ratos me gustaría tenerme en frente para abrazarme y darme un beso, porque me parece que me lo gané. Tal vez en un par de años alguna cubana se encargue de hacer eso por mí. Las cosas nunca dejaron de estar mal, y en cierto sentido están peor que nunca; pero hoy siento que voy en un velero, y que ya es imposible que no sea feliz, no importa lo que me pase en la vida.
A todos nos toca decidir si la vamos a pelear o no.
Y a la gilada, le ya está dicho: ni cabida.

29 July, 2015

Mi novia es más linda





-Chabón -dijo, acomodando el monitor para que viéramos mejor-, es increíble lo buena que está esta mina.
-No pude más de linda.
-Encima ahora que cortó con el novio, anda medio entregada.
-¿Posta?
-Posta.
Giré el cuerpo para ver de quién hablaban. La gata se me había dormido encima, en una contorsión rebuscada. La chica salía con cara de no estar pensando en nada, como esos modelos masculinos en las publicidades de zapatos que vienen en las revistas de chimentos, con el obligatorio puente de puerto madero de fondo.
-Mi novia es más linda -comenté con desinterés, para molestarlos.
Julián puso cara de indignación, y volvió la vista a la computadora.
-¿Pero vos viste ésta foto?
Era una pregunta retórica. Uno de los chicos comentó que deberían prohibirle tener redes sociales porque era violencia de género contra los hombres, y nos reímos.




El agua va del mar a la montaña, y baja con la lluvia. Nos desesperamos para que las cosas cambien, pero también queremos que la vida sea como una foto. Hacemos de todo con tal de parecernos al resto. Para diferenciarnos del resto. Claro, también necesitamos ser diferentes y tener algo para contar, o prometernos aquello que no entra en nuestro rango.
Y nos divertimos con lo que inventamos.
Somos los animales que mienten.


-Cuando tenga plata, me voy a comprar un caballo.
-Me extraña.
-¿Qué te extraña?
-De vos. Que digas eso.
-¿En serio?
-En serio.
-Qué raro. Pensé que me conocías.


Lo más cálido del trato. Lo más íntimo de lo cotidiano, toda esa comida compartida, y un lugar en sus planes de futuro. Eso se va: queda la cordialidad en el saludo. En los mejores casos.
Siempre me digo que no tiene nada de malo. Incluso cuando intento, no consigo recordarlo. Será que mi corazón está más liviano. El estado de ánimo vuela como una bolsa de nylon arrinconada contra dos paredes, la familia y los amigos se dan cuenta y sonríen condescendientes. Yo sencillamente no funcionaba más.


Al final era verdad que iba a recibir algo invaluable. Con el tiempo ya no importa quién lo sepa o no lo sepa. Vale lo que cuesta conseguirlo, sirve lo que se tarda en alcanzarlo. La vara que nos mide, es con la que nos pegamos. Pero lo más extraño de todo es cuando pensamos que tenemos el derecho. No lo tenemos. Vamos a bailar, salimos a comer. Tildamos de antinatural lo que nos molesta, de injusto lo que no nos conviene.
Y creemos que somos agnósticos.
Nos adaptamos rápido las opiniones mayoritarias porque necesitamos estar de acuerdo, encontrarnos en el otro, sentirnos acompañados. Tenemos pánico de lo que pueda ocurrir cuando se terminaela obra, un miedo irracional que alimenta al monstruo de la ansiedad, que engendra vicios y adicciones. Porque si un árbol se cae en el bosque y no hay nadie para sacarle una foto, entonces ni hubo árbol ni hubo tal bosque.
Pero lo que sí hay es un miedo más grande: el miedo a quedar mal parados, al bochorno, a ser una burla; como si todo el tiempo estuvieran a punto de escribir sobre nosotros en wikipedia, criticar nuestros actos, debatir nuestras vidas.

-Cualquier chica te puede querer.
-¿Y vos?
-Yo te quiero.
-¿Entonces?
-Es complicado.
 Le di la razón. Hay una excelente vida sencilla a nuestro alcance y sería una pena dejar pasar esta oportunidad única en la historia. ¿Para qué conflictuarnos tanto, a cambio de qué? Porque nunca pasa nada. No vinimos al mundo para complicarnos la existencia sino justamente para comernos al mundo. Para la sencillez de los placeres sensibles. Que nuestros nietos, si es que los pobres desgraciados llegan a existir, encuentren mejores respuestas al enigma de la asimetría; ahora es nuestro momento para ir a bailar, para salir a comer afuera. Pero qué lindo si un día, casualmente, ya no hiciera falta patear el peso del mundo para adelante. Si un día ya no tuviéramos que preguntar ni prometer, ni arrinconarnos contra una imagen de perfección ni sacarnos fotos con cara de nada en el medio de un bosque deshabitado.

20 July, 2015

Comela


¿Viste cuando soñás que estás en el colegio, y es de noche?
Es como cuando se te ocurre algo, pero no tenés a quién contárselo.
Lo vas a entender si alguna vez fuiste al cine y adentro no había nadie.
Ponele que sabés lo que se siente no tener plata.
Estar en el desierto.

Era como esconderse, para que no te fajen. Y sonreir.
Como seguir caminando, para que no te la busquen; porque es así.
¿Me estabas hablando? Claramente.
Ponele que a las palabras se las lleva el viento.
Vos dirás, "Pero habíamos quedado en vernos a las cinco de la tarde".
¿Cómo es que nunca te preguntaste nada de todo esto?
Ese es el broche de oro.

¿Y lugar para mí no había?
-No, te lo tenías que hacer vos.
Pero a qué precio.
"En realidad, todo te lo tenías que hacer vos".
Ponele que la puerta está abierta para que hagas lo que más quieras.

El tema es el Thelema.
Mientras haya personas, y tengan tiempo.
¿Y la escuela? ¿Y el trabajo?
¿Y esas cosas que nunca hablamos, pero que los dos sabemos?
Bueno, al final no era para tanto.
Era pura publicidad, o maldad de la época.
Fábulas para las moralejas.
Terapeutas para las bolsas de arena.
Comela.
¿Entendés lo que te queda?

La felicidad de una tarea bien hecha.
Una estrellita en la frente, o un dibujo en la heladera.
Jugá conmigo. Reite de mí.
Escondete para que te busque.
Dame otra oportunidad.
O mejor no lo hagas.
Gritando hasta que se te vayan las ganas.
Pero después no te enojes.
O enojate.

Tomó un trago largo y me dijo:
"Nene, ya estamos grandes".


~

03 July, 2015

Antes tenías música

Saliste confiado, como siempre; y como siempre, te arrepentiste a la media cuadra de no haber traído la campera abrigada. Pero te importó más que venías usándola hace un par de semanas y ya no daba. Mirá si justo te cruzabas a alguien.
Tu bondi es el de la prole, lo sabés: vas parado, volvés parado, y siempre lo esperás como una hora. Te preguntás por qué los policías no pagan. En realidad sabés por qué los policías no pagan: lo que te preguntás es cómo a nadie pareciera llamarle la atención y por qué nunca es tema de conversación en ningún lado. Te preguntás si de verdad te importa, o por qué te molesta. Si es por la guita o por lo que implica. Hacés un cálculo estimado; sos obsesivo compulsivo, igual que el resto.
Vas a llegar tarde, y es lo común. Ya casi ni vas, y cuando vas llegás tarde. ¿En qué pensás? En cualquier cosa, menos en lo que te está pasando; por eso te comés el viaje de que te clava un puntazo el cabeza que estaba revisando la basura en la vereda, cuando encaraste la esquina con las dos manos en los bolsillos del pantalón como si se te fuera a caer porque estás demasiado flaco. Lo miraste de reojo, y eso no se hace. Es una falta de respeto, una muestra de desconfianza; él solamente lo hizo para entretener al hermanito, que cuando sonríe se nota que está cambiando los dientes. Te reís porque tiene un gorrito de Boca; te acordás de ese amigo que te dijo que uno de cada cinco nace con el gorrito de Boca puesto. A nadie le importa. A vos tampoco. Ellos están acostumbrados a revolver, vos a comerte el viaje, la gente a no dar pelota, los amigos a burlarse, y los canas a no pagar el bondi.
Entrás y los asientos están llenos. Son quince personas, se atiende por orden de llegada.


Esperás. Pensás pavadas, lo mismo que nada. Me quiere, no me quiere, etcétera. Antes tenías música; pero ahora estás mejor porque ya no sufrís por cada cosa que pasa ni te desgarra la ansiedad de tener que esperar treinta y cinco minutos en una sala llena de pacientes sumergidos en un silencio con suaves notas de resignación, roto por algún que otro catarro esporádico. Ya no te asalta ese pánico del último minuto que te obliga a revisar la mochila y confirmar que tenés todos los papeles, que no te los olvidaste arriba de la cama mientras te praparabas para salir. Cultivaste algo de confianza, o capaz al fin estás creciendo.
-¿Hola? -te saluda, con una sonrisa amable, las cejas levantadas, los ojos verde oscuro. En el instante que te quedaste sin reaccionar te preguntás varias cosas: si tu sonrisa fue causa o consecuencia de ella, si esperaba que la saludaras y le causó gracia que no la reconocieras, o si no te reconoció y solamente le pareciste un tipo extraño. Incluso te preguntás si las sonrisas no se dispararon antes del pensamiento, automáticamente, como parte de esa ropa social que nos enseñan a llevar en público y con la que intentamos manipular las situaciones a nuestro favor, leyendo con la mirada lo que intentan ocular las otras personas.
Pero no te reconoció. Si le hubiera dado vergüenza... no, nunca fue de tener vergüenza. Su forma de ser era así. Le alcancé los papeles, le expliqué mi tratamiento, mantuve una actitud seria y ella también se puso en adulta. Prácticamente no intercambiamos palabras, porque al instante apareció un médico desde atrás de un biombo gritando mi apellido y ordenándome que lo acompañara. No existía la posibilidad de que no reconociera mi apellido. Se estaba haciendo la que no me conocía. Genial. Ya habíamos hablado demasiado, cuando teníamos catorce años, y ella me había regalado un diálogo memorable.
En la escuela nos pedían que no comentáramos el tema. En la calle habían volteado un colectivo y lo habían prendido fuego; hubo muerte y violencia. Las únicas noticias medianamente creíbles nos llegaban por radio, y hablaban de un presidente nuevo cada doce horas. Estábamos en el aula y yo dije por decir que había gente tan pobre que lo único que tenía era plata. Repetía una frase hecha que seguramente le había escuchado a mi viejo en casa. Ella era buena, y por su mirada entendí que me compadecía, como si le preocupara que fuera demasiado ingeuo para sobrevivir en esta vida. "No", me corrigió, "pobre quiere decir que no tenés plata".
Lo hizo con su cara de inocencia, que era realmente inocente. Era católica y, salvo porque yo la trataba de tonta, me respetaba y me valoraba como compañero. En su cabeza no había lugar para demasiadas variables pero jamás me trató con los prejuicios típicos del curso. Ahora atendía en una guardia. Su familia tenía plata, montones de plata, ¿qué hacía trabajando en ese lugar? Yo lo sabía: estaba cumplido con su palabra. Ella quería estudiar medicina. Su nombre no estaba en la puerta pero igual se sentaba ahí, atendiendo a las personas, aunque solamente fuera en la mesa de entrada. Había reaparecido en mi vida para mostrarme que ni siquiera fui mejor que ella. Yo apenas iba porque necesitaba los retrovirales, pero jamás tuve el impulso de ofrecerme para hacer un voluntariado.
Es cierto que su vida le permitía despreocuparse de la subsistencia, que ya tenía resuelta por todas las generaciones futuras, pero podría haber estado en una pileta o en un hotel de Mallorca. El problema es que ella prefería eso y a mi sobervia de cínico terminal no le entraba en la cabeza por qué.
¿Todavía quedaba algún espacio adentro mío, para escuchar lo que me decían? ¿No estaba todo rígido, atado, y yo tan prepotente que pensaba que ya entendía cómo era el mundo? ¿Te acordás cuando me dijiste que todo hombre inteligente piensa cada tanto en su propia muerte? Al final solamente me quedaron esas frases hechas: las recibí con orgullo como parte de una herencia que ya veo de qué me sirvió.
Camino solo, por el camino del orgulloso, que es un jardín lleno de estatuas sin nombre. Ahí se vive, libre de sorpresas, ni triste ni contento porque eso no es lo que hacemos los hombres inteligentes.
Despertate.
Lo único que te habías propuesto en la vida fue ser humilde.
Y no te salió.
¿A quién le vas a seguir dando clases de qué?
¿Quién te pensás que sos?

18 June, 2015

¿QUÉ ERA?

Tenía diecisiete años, estaba parada en silencio, frente a la multitud, y sosteniendo la bandera que le habían puesto en las manos para que se supiera que ella tenía el mejor promedio del pueblo. Estaba acostumbrada a estos rituales, a la mirada del público y al aburrimiento analgésico que se prolongaba como el cielo nublado del otoño. Las palabras del intendente le llegaban con un eco deforme, lacónicas. Ya no se gastaba en sonreírle. Cuando todavía tenía amigas, la bandera había sido causa de expectativas, vanidad y rumores con su nombre, pero ahora las chicas solamente susurraban que ella estaba poseída, o hipnotizada.
La tarada con las mejores notas. Lo único que pensaba era que ya le faltaban pocos días para volar hacia la ciudad. El pueblo era demasiado, no sé, cobarde como para perdonar a cualquiera que tuviera algo entre el pecho y la espalda. Y su conciencia estaba en otro lado porque generalmente no la necesitaba. Pasaba las tardes fantaseando con algún hombre que le atara las muñecas a la cabecera de la cama. Estaba aburrida, ese aburrimiento empezaba a dolerle y entonces lo único que podía esperar era a cualquiera que llegara para sacarle el dolor pero sin preguntarle nada, sin pedirle explicaciones porque tampoco tenía nada para decir sobre el tema.



Pensó que iba a extrañar a su perra, una siberiana que traía el palo cuando ella lo tiraba. Se dio cuenta que un hombre la estaba mirando. Era un policía, no tanto mayor que ella, pero el uniforme y el corte de pelo hacían que perteneciera al mundo adulto. Le sostuvo la mirada, conteniendo sus gestos y expresiones, como si llevara pintada encima de la suya la cara de un sarcófago. Sintió una ráfaga de vida por dentro, porque todos miraban hacia el frente pero ella lo hacía en la dirección del público, hacia ese chabón y era como estar desnuda frente a la multitud.
¿Qué era? Electricidad. Lo que se siente en la piel y en las tripas cuando pasa exactamente lo que tiene que pasar, aunque sepamos que no debería estar pasando, o tal vez precisamente por ello. El susurro de lo real: sentía como si hubiera peces nadando adentro suyo, por todas partes.
El viento que alivianaba el peso de la tarde y el rebote del sonido contra los muros de la iglesia la devolvieron a la realidad. Abandonó los músculos de su cara al control de la gravedad, mientras se sumergía en un sueño diurno: ella era ella, el pueblo era el pueblo, y la estaban quemando en la hoguera. No podía moverse ni gritar, ni tampoco lo intentaba. En la mirada de la gente había curiosidad y culpa, y así pudo entender quién era, y por qué le tenían miedo.

02 June, 2015

No existe el crimen perfecto

 La otra identidad era la de un pájaro enjaulado.
 Como de una pistola, me había escapado de todo lo que conocía y me aseguraban.
-Es un maneje -me dijo.
-Es un maneje -acepté, y la ví rascar el Zippo contra su rodilla.
Pensé que nunca se sabe. Hay días mejores que otros, y existe la suerte. Además, teníamos todo para ganar: las ideas, las palabras y a la gente indispensable en el bolsillo.
 Era falible. Pudieron madrugarnos, pero fueron muy lentos. Nos habían estado presumiendo una pila de esas cosas que no cambian nada; reglas del oficio, tecnología de antes, política de fierro. Se habían dejado el piyama puesto por demasiado tiempo, sabían que en la correlación de fuerzas solo tenían su montón de plata para negociar.
 Tenían miedo de perder sus privilegios.
 Y los iban a perder, porque esa es la ley de la vida: tenemos que morirnos para que la especie perdure y se adapte. La raza de los que mandan se hace lugar a sí misma.
 El tema era que había demasiado sobre lo que pelearse; y no estamos hablando de la clase de gente a la que le importa si alcanza para todos o no. Había un espíritu deportivo, algo espartano dando vueltas. Claramente, no lo iban a entender por las buenas; ese fue nuestro error. En realidad, yo ya lo sabía. Lo sabía, pero no me había prevenido con ninguna garantía, o un respaldo; que es lo mismo que admitir que no lo sabía. Pero decir que no lo sabía, sería mentir; y yo no miento, porque es aburrido.
 Y, a parte, mentir era de lo que ella se encargaba.
 Así fue como nos conocimos. De hecho, yo le compré lo que me estaba vendiendo; pero ella fue buena (u otra cosa, que tuvo las mismas repercusiones) y se apiadó de mí. La relación fue creciendo, no gracias a la confianza, sino a la afinidad. O la compatibilidad. O la necesidad; no estoy seguro.
 Otra cosa que ya sabía, es que no existe el crimen perfecto. Es decir, existe, pero no es un crimen; es tenerla clara. Ese camino nos conducía hacia una situación en la que no podíamos exteriorizar nuestro orgullo. Incluso entre criminales, tampoco éramos lo que se dice un guante blanco. Porque una cosa es que el ladrón crea que son todos de su condición, pero yo ya empezaba a sentirme como Lupin III. Improvisábamos mucho, dejábamos huellas y teníamos un estilo por el que estaban empezando a reconocernos: nada de lo que es bueno para negocio.
 -¿Vamos?
 -Deberíamos. ¿Ésta camisa está bien?
 Depositó su ojo de rapiña sobre mis detalles.
 -Perfecto -soltó, como si fuera algo malo, y me desabrochó el botón del cuello. Después resopló, evitando intencionalmente que nuestras miradas se cruzaran. En su resoplido se translucían un millón de pensamientos irresueltos:
 -Yo manejo -decretó.



23 April, 2015

suerte con eso

-Chabón, ¿qué te pasó?
-Se me vino el mundo abajo -contestó, con esa elocuencia pretenciosa que nos molestaba a todos, y de la que no conseguíamos separarlo ni cuando lo ahogábamos en vino.
 Me agazapé para estar a su altura, cuidando de no embarrarme con la vomitada:
-¿Querés agua?
-No... -se enderezó contra la pared e hizo una pausa, hasta que se le pasó el mareo-, dame un pucho.
-Mejor nos corremos de acá -dije, señalando el vómito con un gesto de la cara.
-Bancá, ni bien pueda me levanto.
 Dudé un instante. Se había roto el pantalón en la caída y le sangraba la rodilla.
-Bueno, te busco un vaso de agua y vuelvo, ¿dale?
 Giré y me alejé en dirección a la puerta, desde la que venía la música. Yo también estaba en pedo.
 Soltó una voz que me pareció lastimosa:
 -Pará, no me dejes.



Volví a girar para mirarlo. Nos quedamos en silencio.
-Yo... -empezó-, no sé, qué se yo; todos me miran como si fuera un enfermo. ¿Es tan raro lo que me pasa? Estaba escuchando la radio, de repente aparece un tema buenísimo, y después vuelve la porquería de moda que no tiene nada interesante. Es natural que me quedara con ganas de escuchar el disco entero, ¿cierto?
 Estaba tan oscuro que no podía verlo, pero supuse que sus ojos brillaban.
 -¿Cuánto tiempo pasó? -le pregunté, sin ganas. Tampoco éramos tan amigos.
 -Seis meses.
 -Seis meses ya... Bueno, cualquiera de estos días te vas a levantar y no te vas a acordar, creéme.
Sacudió la cabeza con lentitud, negando pesadamente:
 -Pero yo quiero acordarme; yo necesito acordarme de todo -se rió-, es lo mejor que me pasó en la vida.
 -Nah, eso no es cierto -supuse.
 -Creo que sí, no se me ocurre otra cosa. Intento pensar en cosas buenas que me van a pasar, pero no aparece nada. ¿Sabés qué flashé?
-¿Qué?
-Agarrar una noche, y salir solo. Ir a donde nadie me conozca, y ver si consigo olvidarme un rato de Julia. Capaz el problema es que cuando los veo a todos, medio que me la recuerdan.
-Capaz -asentí.
-Si... alejarme un poco ¿viste?, y olvidarme por un rato.
-Suerte con eso.
-Te parece que no va a funcionar -lo dijo con más enojo que resignación.
-Ni idea. Igual está bueno, yo que vos lo intentaría -concilié.
 Se puso a tararear la melodía de fondo. No se cómo la escuchaba, yo estaba al lado de la puerta y no había reconocido el tema. Pude ver el vómito en el piso; era una lanzada con equilibrio estético, pensé que se parecía a una pintura de Pollock: había algo de rojo, naranja y amarillo; y los largos grumos de brownie le aportaban líneas negras de distinto trazo.
-Che -se interrumpió, en cualquier punto de la canción.
-Decime.
 Largó un suspiro largo:
-Nada, dejá... ¿no tenés un pucho, no?

12 February, 2015

MUCHA PIROTECNIA



Entonces la espada se hamacaba al compás de la cumbia como el huevo sobre el muro y los mortales temieron por los riesgos hasta que del otro lado del océano vieron que había empezado una fiesta donde la palabra permitido no existía. Eso fue hace miles de años, y vos ya estabas ahí. La leyenda cuenta que peligro y libertad van de la mano, porque tienen una relación íntima desde hace mucho tiempo. Dicen las viejas que él le pegaba porque ella le mentía. Parece que se gustaron a primera vista, y siendo los dos histéricos y celosos tuvieron que elegir entre separarse, o alejarse juntos del resto. Y se embarcaron hasta el país que cruza los hielos, pero luego unos gordos caballeros dijeron que ella les había firmado papeles verdes que significaban el divorcio, y desde entonces él tiene orden de restricción, pero nunca dejaron de gustarse y todavía si te juntás con alguno de ellos, el otro aparece para mostrarte que siguen dándose besos besitos.
Fue cuando se dividieron las partes del año en dos, y no exagero si digo que armaron grandes quilombos. En esa época todos miraban Ritmo de la Noche, porque los milicos. Ahí se descubrió que la fama era a la gloria, lo que el brillo es a la luz. Grandes notarios accedieron a la inmortalidad de los laureles redactando en prosa y rima las crónicas de los pormenores ajenos. No eran malas rimas.
 Pero sus días estaban contados. Desafiaron a la familia grande, y pronto no quedó quien no hubiera sentido hablar del tema. El casado casa quiere, ¿cierto? así que se escaparon los dos juntos.
Y el amor estaba celoso de ellos. Un pelotudo dijo que es ciego y la locura lo acompaña; la verdad es que aquellos señores de panza con billetes le prometieron al amor que alejarían a la libertad del peligro. El amor lo compró todo, lo vendió todo; porque no piensa con la cabeza.
Fueron momentos difíciles y entretenidos.
Pero lo que importa es que te vi; esa eras vos en la montaña quemando los restos de un naufragio, y entonces un libro se cerraba, otro empezaba, y nada iba a ser comprendido por las antiguas teorías racionales para las que ya se había inventado el lenguaje en el palacio del mono.



 
Estoy hablando de otro momento diferente, sin el cual resulta casi imposible entender nada. Al parecer, una mano firme había destapado el frasco de la imaginación. La radiofonía sin hilos se había encargado de extinguir a los nahuales en los bosques, y el sol brillaba veinticuatro horas por día para que esa canción que estaba de moda sonara y no parara de sonar en los pocos países que disfrutaban de un inmerecido período de entreguerras. Los engranajes llegaron para quedarse, como una constante integrada a la mentira fundamental que gobierna las acciones cotidianas: el alma del trabajo. Hubo que festejarlo con pirotecnia.

Mucha pirotecnia.
En esta época el Amor tenía una aventura con la Libertad. Fue lindo pero todo terminó cuando ella se enteró que estaba embarazada, porque no se sabía quién era el padre. La Prensa chismosa especuló con el Amor y el Peligro, pero la verdad era que este hijo lo había tenido con el Demonio de la Ciencia, cuando usaba el pseudónimo de Secreto en las fiestas de disfraces. El hijo fue abandonado y nadie lo quería. Se llamaba Virus. Pero, claro, siempre habías sido compasiva y te encariñaste con él.
El amor, el secreto, la libertad, el peligro y la ciencia. Eran todos igual de culpables de que te fueras, y no pasa un día sin que los odie.