29 July, 2015

Mi novia es más linda





-Chabón -dijo, acomodando el monitor para que viéramos mejor-, es increíble lo buena que está esta mina.
-No pude más de linda.
-Encima ahora que cortó con el novio, anda medio entregada.
-¿Posta?
-Posta.
Giré el cuerpo para ver de quién hablaban. La gata se me había dormido encima, en una contorsión rebuscada. La chica salía con cara de no estar pensando en nada, como esos modelos masculinos en las publicidades de zapatos que vienen en las revistas de chimentos, con el obligatorio puente de puerto madero de fondo.
-Mi novia es más linda -comenté con desinterés, para molestarlos.
Julián puso cara de indignación, y volvió la vista a la computadora.
-¿Pero vos viste ésta foto?
Era una pregunta retórica. Uno de los chicos comentó que deberían prohibirle tener redes sociales porque era violencia de género contra los hombres, y nos reímos.




El agua va del mar a la montaña, y baja con la lluvia. Nos desesperamos para que las cosas cambien, pero también queremos que la vida sea como una foto. Hacemos de todo con tal de parecernos al resto. Para diferenciarnos del resto. Claro, también necesitamos ser diferentes y tener algo para contar, o prometernos aquello que no entra en nuestro rango.
Y nos divertimos con lo que inventamos.
Somos los animales que mienten.


-Cuando tenga plata, me voy a comprar un caballo.
-Me extraña.
-¿Qué te extraña?
-De vos. Que digas eso.
-¿En serio?
-En serio.
-Qué raro. Pensé que me conocías.


Lo más cálido del trato. Lo más íntimo de lo cotidiano, toda esa comida compartida, y un lugar en sus planes de futuro. Eso se va: queda la cordialidad en el saludo. En los mejores casos.
Siempre me digo que no tiene nada de malo. Incluso cuando intento, no consigo recordarlo. Será que mi corazón está más liviano. El estado de ánimo vuela como una bolsa de nylon arrinconada contra dos paredes, la familia y los amigos se dan cuenta y sonríen condescendientes. Yo sencillamente no funcionaba más.


Al final era verdad que iba a recibir algo invaluable. Con el tiempo ya no importa quién lo sepa o no lo sepa. Vale lo que cuesta conseguirlo, sirve lo que se tarda en alcanzarlo. La vara que nos mide, es con la que nos pegamos. Pero lo más extraño de todo es cuando pensamos que tenemos el derecho. No lo tenemos. Vamos a bailar, salimos a comer. Tildamos de antinatural lo que nos molesta, de injusto lo que no nos conviene.
Y creemos que somos agnósticos.
Nos adaptamos rápido las opiniones mayoritarias porque necesitamos estar de acuerdo, encontrarnos en el otro, sentirnos acompañados. Tenemos pánico de lo que pueda ocurrir cuando se terminaela obra, un miedo irracional que alimenta al monstruo de la ansiedad, que engendra vicios y adicciones. Porque si un árbol se cae en el bosque y no hay nadie para sacarle una foto, entonces ni hubo árbol ni hubo tal bosque.
Pero lo que sí hay es un miedo más grande: el miedo a quedar mal parados, al bochorno, a ser una burla; como si todo el tiempo estuvieran a punto de escribir sobre nosotros en wikipedia, criticar nuestros actos, debatir nuestras vidas.

-Cualquier chica te puede querer.
-¿Y vos?
-Yo te quiero.
-¿Entonces?
-Es complicado.
 Le di la razón. Hay una excelente vida sencilla a nuestro alcance y sería una pena dejar pasar esta oportunidad única en la historia. ¿Para qué conflictuarnos tanto, a cambio de qué? Porque nunca pasa nada. No vinimos al mundo para complicarnos la existencia sino justamente para comernos al mundo. Para la sencillez de los placeres sensibles. Que nuestros nietos, si es que los pobres desgraciados llegan a existir, encuentren mejores respuestas al enigma de la asimetría; ahora es nuestro momento para ir a bailar, para salir a comer afuera. Pero qué lindo si un día, casualmente, ya no hiciera falta patear el peso del mundo para adelante. Si un día ya no tuviéramos que preguntar ni prometer, ni arrinconarnos contra una imagen de perfección ni sacarnos fotos con cara de nada en el medio de un bosque deshabitado.

20 July, 2015

Comela


¿Viste cuando soñás que estás en el colegio, y es de noche?
Es como cuando se te ocurre algo, pero no tenés a quién contárselo.
Lo vas a entender si alguna vez fuiste al cine y adentro no había nadie.
Ponele que sabés lo que se siente no tener plata.
Estar en el desierto.

Era como esconderse, para que no te fajen. Y sonreir.
Como seguir caminando, para que no te la busquen; porque es así.
¿Me estabas hablando? Claramente.
Ponele que a las palabras se las lleva el viento.
Vos dirás, "Pero habíamos quedado en vernos a las cinco de la tarde".
¿Cómo es que nunca te preguntaste nada de todo esto?
Ese es el broche de oro.

¿Y lugar para mí no había?
-No, te lo tenías que hacer vos.
Pero a qué precio.
"En realidad, todo te lo tenías que hacer vos".
Ponele que la puerta está abierta para que hagas lo que más quieras.

El tema es el Thelema.
Mientras haya personas, y tengan tiempo.
¿Y la escuela? ¿Y el trabajo?
¿Y esas cosas que nunca hablamos, pero que los dos sabemos?
Bueno, al final no era para tanto.
Era pura publicidad, o maldad de la época.
Fábulas para las moralejas.
Terapeutas para las bolsas de arena.
Comela.
¿Entendés lo que te queda?

La felicidad de una tarea bien hecha.
Una estrellita en la frente, o un dibujo en la heladera.
Jugá conmigo. Reite de mí.
Escondete para que te busque.
Dame otra oportunidad.
O mejor no lo hagas.
Gritando hasta que se te vayan las ganas.
Pero después no te enojes.
O enojate.

Tomó un trago largo y me dijo:
"Nene, ya estamos grandes".


~

03 July, 2015

Antes tenías música

Saliste confiado, como siempre; y como siempre, te arrepentiste a la media cuadra de no haber traído la campera abrigada. Pero te importó más que venías usándola hace un par de semanas y ya no daba. Mirá si justo te cruzabas a alguien.
Tu bondi es el de la prole, lo sabés: vas parado, volvés parado, y siempre lo esperás como una hora. Te preguntás por qué los policías no pagan. En realidad sabés por qué los policías no pagan: lo que te preguntás es cómo a nadie pareciera llamarle la atención y por qué nunca es tema de conversación en ningún lado. Te preguntás si de verdad te importa, o por qué te molesta. Si es por la guita o por lo que implica. Hacés un cálculo estimado; sos obsesivo compulsivo, igual que el resto.
Vas a llegar tarde, y es lo común. Ya casi ni vas, y cuando vas llegás tarde. ¿En qué pensás? En cualquier cosa, menos en lo que te está pasando; por eso te comés el viaje de que te clava un puntazo el cabeza que estaba revisando la basura en la vereda, cuando encaraste la esquina con las dos manos en los bolsillos del pantalón como si se te fuera a caer porque estás demasiado flaco. Lo miraste de reojo, y eso no se hace. Es una falta de respeto, una muestra de desconfianza; él solamente lo hizo para entretener al hermanito, que cuando sonríe se nota que está cambiando los dientes. Te reís porque tiene un gorrito de Boca; te acordás de ese amigo que te dijo que uno de cada cinco nace con el gorrito de Boca puesto. A nadie le importa. A vos tampoco. Ellos están acostumbrados a revolver, vos a comerte el viaje, la gente a no dar pelota, los amigos a burlarse, y los canas a no pagar el bondi.
Entrás y los asientos están llenos. Son quince personas, se atiende por orden de llegada.


Esperás. Pensás pavadas, lo mismo que nada. Me quiere, no me quiere, etcétera. Antes tenías música; pero ahora estás mejor porque ya no sufrís por cada cosa que pasa ni te desgarra la ansiedad de tener que esperar treinta y cinco minutos en una sala llena de pacientes sumergidos en un silencio con suaves notas de resignación, roto por algún que otro catarro esporádico. Ya no te asalta ese pánico del último minuto que te obliga a revisar la mochila y confirmar que tenés todos los papeles, que no te los olvidaste arriba de la cama mientras te praparabas para salir. Cultivaste algo de confianza, o capaz al fin estás creciendo.
-¿Hola? -te saluda, con una sonrisa amable, las cejas levantadas, los ojos verde oscuro. En el instante que te quedaste sin reaccionar te preguntás varias cosas: si tu sonrisa fue causa o consecuencia de ella, si esperaba que la saludaras y le causó gracia que no la reconocieras, o si no te reconoció y solamente le pareciste un tipo extraño. Incluso te preguntás si las sonrisas no se dispararon antes del pensamiento, automáticamente, como parte de esa ropa social que nos enseñan a llevar en público y con la que intentamos manipular las situaciones a nuestro favor, leyendo con la mirada lo que intentan ocular las otras personas.
Pero no te reconoció. Si le hubiera dado vergüenza... no, nunca fue de tener vergüenza. Su forma de ser era así. Le alcancé los papeles, le expliqué mi tratamiento, mantuve una actitud seria y ella también se puso en adulta. Prácticamente no intercambiamos palabras, porque al instante apareció un médico desde atrás de un biombo gritando mi apellido y ordenándome que lo acompañara. No existía la posibilidad de que no reconociera mi apellido. Se estaba haciendo la que no me conocía. Genial. Ya habíamos hablado demasiado, cuando teníamos catorce años, y ella me había regalado un diálogo memorable.
En la escuela nos pedían que no comentáramos el tema. En la calle habían volteado un colectivo y lo habían prendido fuego; hubo muerte y violencia. Las únicas noticias medianamente creíbles nos llegaban por radio, y hablaban de un presidente nuevo cada doce horas. Estábamos en el aula y yo dije por decir que había gente tan pobre que lo único que tenía era plata. Repetía una frase hecha que seguramente le había escuchado a mi viejo en casa. Ella era buena, y por su mirada entendí que me compadecía, como si le preocupara que fuera demasiado ingeuo para sobrevivir en esta vida. "No", me corrigió, "pobre quiere decir que no tenés plata".
Lo hizo con su cara de inocencia, que era realmente inocente. Era católica y, salvo porque yo la trataba de tonta, me respetaba y me valoraba como compañero. En su cabeza no había lugar para demasiadas variables pero jamás me trató con los prejuicios típicos del curso. Ahora atendía en una guardia. Su familia tenía plata, montones de plata, ¿qué hacía trabajando en ese lugar? Yo lo sabía: estaba cumplido con su palabra. Ella quería estudiar medicina. Su nombre no estaba en la puerta pero igual se sentaba ahí, atendiendo a las personas, aunque solamente fuera en la mesa de entrada. Había reaparecido en mi vida para mostrarme que ni siquiera fui mejor que ella. Yo apenas iba porque necesitaba los retrovirales, pero jamás tuve el impulso de ofrecerme para hacer un voluntariado.
Es cierto que su vida le permitía despreocuparse de la subsistencia, que ya tenía resuelta por todas las generaciones futuras, pero podría haber estado en una pileta o en un hotel de Mallorca. El problema es que ella prefería eso y a mi sobervia de cínico terminal no le entraba en la cabeza por qué.
¿Todavía quedaba algún espacio adentro mío, para escuchar lo que me decían? ¿No estaba todo rígido, atado, y yo tan prepotente que pensaba que ya entendía cómo era el mundo? ¿Te acordás cuando me dijiste que todo hombre inteligente piensa cada tanto en su propia muerte? Al final solamente me quedaron esas frases hechas: las recibí con orgullo como parte de una herencia que ya veo de qué me sirvió.
Camino solo, por el camino del orgulloso, que es un jardín lleno de estatuas sin nombre. Ahí se vive, libre de sorpresas, ni triste ni contento porque eso no es lo que hacemos los hombres inteligentes.
Despertate.
Lo único que te habías propuesto en la vida fue ser humilde.
Y no te salió.
¿A quién le vas a seguir dando clases de qué?
¿Quién te pensás que sos?