21 June, 2014

·PLANTEOS·

Por cada paso que avanza, Aquiles tiene que recorrer la mitad de la distancia que le queda para alcanzar a la tortuga. Esa fracción se multiplica infinitamente, de forma que nunca pueda alcanzarla: es la paradoja de Zenón.
 Hace mucho que sabemos que la revolución está en las mentes, que no hay objetos sino discursos; hace más tiempo que ignoramos la falsa naturaleza de los planteos. Nuestra capacidad de reconocer el mundo consiste en interpretaciones, en formas de explicar y de entender, que se remontan hasta nadie sabe cuándo, y que se extienden por las dimensiones de lo intersubjetivo, remitiéndose entre sí, dándose sentido, manchándose, hasta lo infinito.
 El valor de una afirmación depende siempre de la forma en la que se la formula: no hay realidad sin reglas, pero no hay reglas. Las inventamos para jugar, justamente, para darle valor a lo que hacemos.



El problema es que nadie puede seguir las reglas: no solamente porque solo existen en el plano de lo ideal, sino (y esto es lo mas perverso) porque siempre están planteadas de forma que sea imposible vivir dentro de ellas. No están armadas para seguirlas, sino para asegurarse el resultado antes de empezar a jugar. Por eso la pequeña diosa de la victoria con alas dice just do it: la victoria no está al final de la carrera, sino al principio de las reglas.
Nada está, dentro del juego, a nuestro alcance: solo la capacidad de aparentar, de ser comprendidos como algo parecido a lo que nos imaginamos que debe ser un ganador.
El mundo nos entra por los sentidos, pero los sentidos se someten a las interpretaciones: las hipócritas reglas. Todo consiste en fama y prestigio. Y la fama, ya lo dijo Lawrence de Arabia, es un brillo cegador.