10 February, 2020

Los masones ésto y lo otro

    Por esa época nos juntábamos muy seguido a tomar una botella de vino bajo algún farol quemado de la plaza, que nos daba el toque justo de juventud descarriada. Tini evocaba esos días con la melancolía tanguera que le perdonamos a los amigos que viven en el extranjero, sufriendo a cada rato por el mate, las milanesas, etc. Idealizaba los años que compartimos en la residencia y retomaba las antiguas charlas de plaza con intención forzada.
    En su jerga los burócratas eran masones, no tengo idea por qué pero creía entenderle. Los masones ésto y lo otro, decía, o: el problema de nuestra sociedad es que hay demasiados masones. Hablaba de los funcionarios y los políticos, pero también de los veterinarios y los arquitectos; prácticamente todos caían para él en la clasificación de panchos de alma. Yo interpretaba su monólogo como una crítica libertaria hacia nuestra sociedad de consumo, hacia la norma colectiva que nos impone convertirnos en herramientas del sistema o en su ganado, y asentía.
     Tampoco hay que engañarse; el Palto no era ningún espartaco sino que le molestaba tener que pagar los impuestos que compicaban su minúsculo lavado de dinero. Era infrecuente, pero lo hacía: compraba instrumentos de música en internet y los revendía por monedas entre sus conocidos. Luego cambiaba los pesos con algún arbolito del centro, siempre diferente, y reservaba una cantidad para gastos personales. Todo lo demás se convertía en dólares que escondía en el patio de alguna casa de confianza, porque al parecer los que andan en la movida tienen complejo de Pablo Escobar.



    Él me insistía que ese había sido el problema de fondo con el narcotráfico. Promediando los años ‘80 el cartel de Medellín había sepultado la moneda de los gringos por toda Colombia, alcanzando un abrumador 10% del metálico en circulación. La reserva federal se había visto en la obligación de imprimir más billetes, porque uno de cada diez dólares estaba enterrado en Colombia; y recién entonces, porque nada les molesta tanto como admitir que la mano invisible del mercado es un cuento, los yankees habían tomado la determinación de caerle encima al patrón.
    Pero aquel dinero nunca terminó de recuperarse y eso, según Tini, demostraba la eficiencia de los pozos: una técnica legada por los piratas. Rollos de cien, envueltos en sucesivos preservativos como mamushkas, bien asegurados en los bolsillos de la pacha. El asunto estaba en que no siempre se podía llevar el registro de dónde quedaba cuánta plata, amnesia canábica mediante, o podía ocurrir que el dueño de casa se volviera cocainómano y entonces había que salir volando a rescatarla porque dicen que la falopa es al dinero como el azúcar para las caries.
    Lo peor era que los tipos siempre estaban muy agradecidos de que les quitaran la guita de su alcance: no es la persona, comentaban todos, porque era un problema habitual y también existía camaradería entre ellos. No es por la plata, se excusaban cuando pasaban a buscarla, dando a entender que preferían resguardar la amistad. Y a la luz de la experiencia, todos consentían que era lo más indicado.