28 December, 2017

Melala

 Un problema gordo y peludo lo tuvimos con ese último caso del circo que no se quería mover porque le había ido un poco mejor de lo calculado, y entonces pretendía dejar puesta la carpa medio mes más. Le explicamos al gitano que ya teníamos alquilado el baldío para la fecha; lo de la fecha era mentira, pero necesitábamos limpiar, y no hubo manera de hacerle entender a ese muchacho que nadie le estaba regateando. Por supuesto que él se enojó como si hubiéramos roto nuestra parte del contrato, se agarró la calentura contra el pibe que pasaba a cobrarle la semana y le escupió la camisa. Cuando lo hicimos llamar, mandó a su hija con la plata de los quince días por adelantado.
 Yo le dije a Rodriguito que había dos posibilidades: o bien se estaba pasando de listo, o bien eso era normal para ellos y estábamos ante una diferencia cultural. En los dos casos, le dije, la solución era llamar a la cana. Duro como es, Rodri quería que fuéramos nosotros primero a ver qué cara nos ponía; así que le caímos encima un domingo antes que abriera.
 Tomamos la precaución de llegar en otro coche para que nadie nos reconociera, porque nunca se debe perder el efecto sorpresa a la hora de enfrentarse con los taimados. Además del cabezón, venía con nosotros un negro de otro despacho y el pibe de los mandados, para que le pidiera disculpas en frente nuestro. A una cuadra del lugar ya tuvimos que ir bajando la marcha porque estaba lleno de gente caminando por la mitad de la calle. Hicimos los metros que faltaban esquivando la guerra de nieve loca que se tiraban los pibitos.
-Está cerrado hasta las siete y media -dijo el que cuidaba la reja.
-Vengo a hablar con Antonio -le contesté, como habla el patrón.
 Pasamos, y ya se notaba el tono de la visita, porque los del circo nos miraban en silencio casi esperando la orden para atacar. El lugar era una mugre. Llegamos hasta la casa rodante de Antonio y los hijitos nos comentaron que estaba en la carpa haciendo números. Pedimos indicaciones para encontrarlo y nos mandamos por la parte de atrás. Ahora vamos a arreglar bien los números, dijo el cabezón de Rodriguito en el camino; yo le hice la seña de que bajara, que no había que entrar en caliente porque así no se resolvía.
 En el circo hay mucho tipo forzudo, equilibristas y fulanos anchos que levantan pesas, pero de lo que hay que cuidarse es de los loquitos; los tipos raros que fueron a parar ahí porque los abandonó la mamá en una canasta cuando nacieron. Esos, que son los más valientes porque se pasaron la vida cagándose a trompadas cada vez que alguien les decía hijo de puta, son los que hacen las tareas de limpieza y los actos más jugados, como malabares con cuchillos o piruetas en moto.
 Faltaban veinte minutos para que entrara la gente y entonces la carpa era un hormiguero de pibes y pibas yendo y viniendo con sogas, baldes y caños para todos lados. De fondo sonaba la música de Zorba el Griego que iba con el acto de apertura de los payasos. Encontramos a Antonio desenredando una madeja de enchufes y extensiones mientras le gritaba entre puteadas a una vieja que se callara la boca y subiera a probar las luces.



 Saludó sorprendido, con sorpresa genuina o bien fingida, como quien recibe la visita de un amigo. Atrajo con un ademán a un flaquito que tenía cerca y le dijo quiénes éramos, como si presentarnos fuera un elogio. Intentó hacerse el boludo, diciendo que estaba ocupado, y yo sentí cómo el Rodri se venía para adelante pero en lugar de frenarlo dejé que le pusiera algún rigor a ver si empezábamos con el pié derecho. El cabeza le preguntó sin darle vueltas por qué todavía no habían levantado la carpa.
 Poniéndose serio, con cara de justo ahora no puedo, el gitano le hizo señas a la vieja en el poste de las luces y nos pidió que lo acompañáramos mientras terminaba de acomodar. La música sonaba cada vez más alta y saturada.
-Me dice la nena que quieren vender el baldío para hacer un supermercado -empezó por comentar, como si quisiera llegar a algo.
-A ver, Antonio -intenté ordenar-, el predio ya está vendido hace un año; tienen que comenzar la obra antes del verano para terminarlo en fecha. Eso no tiene vuelta.
-Claro, qué cagada. ¿Y les dijiste que nosotros nos vamos a quedar hasta fin de noviembre?
-No, Antonio -se metió el Rodri-, nadie les dijo nada porque nosotros cuando arreglamos algo siempre lo cumplimos.
 El gitano estaba acostumbrado a negociar así, o se hacía el desentendido, porque sobrellevaba la situación con cara de ángel. Era como hablar con un médico: escuchaba solamente lo que tenía ganas. Cada tanto cambiaba de expresión para gritar órdenes furiosas, desahogándose con los empleados o demostrando su autoridad en frente nuestro. Pasamos por varias capas del toldo, la música era apenas sonidos guturales, y al final llegamos hasta un enrejado. Mientras veníamos discutiendo Antonio le pidió a nuestro pibe que dejara cerrado con candado, que salíamos por el otro lado. Yo le hice que sí con la mirada para que no perder tiempo, porque parecía que ya lo teníamos contra las cuerdas; y en eso estábamos cuando de la nada el gitano de mierda gritó ¡Melala! ¡Vení, Melala!, y apareció un puma caminando al lado nuestro.
 Nunca había visto uno así de cerca; era un bicho grandote, que le llegaba al negro hasta la cintura. Antonio siguió charlando como si no pasara nada, continuando con lo que fuera que venía diciendo, mientras se arrodillaba para acariciarle la cabeza con la yema de los dedos. Sacó de la campera una petaca y un pedazo de pan, mojó una cosa en la otra y le dió de comer en la boca, sosteniéndolo del collar.
-Le gusta el aguardiente a la hija de puta.
-Es ginebra -lo corregí, porque no supe qué decir, ni tampoco supe quedarme callado.
-Ésta se llama Melala -explicó, sin que nadie se lo pidiera-; es la que manda, yo no la saco más con la gente porque no me animo, pero la sigo teniendo porque es la que controla a las demás.
 Hizo una pausa en ese momento, y aprovechando que estábamos congelados siguió hablando:
-Es una leona. Son jodidas estas, son malditas... No sirven para dar cría, si querés que den cachorros tienen que ser para eso y no las podés mover, ¿viste? Las tenés que dejar quietas, sino se comen a los cachorros. Bah, no se los comen, los matan nomás.
 Continuó con su monólogo de animales asesinos hasta que se paró para acomodarse la peluca arcoiris de presentador, excusándose por la falta de tiempo. Nos pidió que por favor nos quedáramos, a ver si así podíamos terminar de hablar tranquilos al final de la función, tomar algo juntos y llevarnos la plata en mano ya que estábamos ahí. Yo me tragué el orgullo, Rodri y el negro los huevos, y salimos detrás suyo sin decir una palabra. Gitano de mierda, se notaba que no era la primera vez que largaba su discursito de la leona.
 Después resultó que el circo vendía falopa en las gradas y cuando le mandamos a la cana fue peor, porque arreglaron por encima nuestro con los del juzgado para que nadie pudiera moverlos de ahí. En lugar de dos semanas, se quedaron dos meses; la carpa estuvo fija en el baldío hasta febrero, sensacional éxito. La guita es así, te conviene agarrarla cuando viene porque siempre va a haber otro que la ataje. Yo como un boludo tuve que renegociar con los del terreno, que iniciaron acciones contra el municipio. Al final hasta le buscamos la vuelta para que le sirviera a ustedes antes de entrar, y terminó resolviéndose con más plata.
 Sacando eso, que lo sabe todo el mundo, te diría que el laburo en la secretaría jamás nos presentó ningún problema. Ahora, si me aceptás un consejo, antes de cerrar los nombramientos yo que vos le busco la manera de ponerlo al negro éste en algún lado porque es el que conoce más del oficio; no me lo llevo a mi equipo nomas porque no puedo. Nosotros igual vamos a estar acá en frente, así que cualquier cosa me lo mandás a decir con el pibe, que ahora es chofer de la cámara; me hablo todo el tiempo con él en los pasillos del tercer piso, cuando tiene las reuniones el diputado, ponele que una vez a la semana.