22 November, 2014

Otras Cosas

Desvió la mirada y permaneció en silencio. Escuchaba su corazón por encima de la música del bar. Estiró el brazo sobre el sillón para rodearla por detrás de los hombros, ella lo miró, y fue ahí cuando se besaron por primera vez.
Después de algún tiempo juntos, la nostalgia comenzó a fagocitarla. Los intentos de conversar fracasaban. Cada vez más seguido, hablaba de extrañar, de haber perdido aquello con lo que había llegado. Dice el Tao Te Ching: “irse es la vida, volver es la muerte”. Él intentó explicárselo, le dijo que volver a su pueblo, con sus viejos, no era la solución. Que podía hacerlo, pero que cada uno tiene que encontrar su propio camino, y que responder a la necesidad de los demás, por mucho afecto que les tengamos, no garantiza la felicidad propia. También le dijo otras cosas, pero nunca supo si las había escuchado.


Transcurrido cierto tiempo, terminó por aceptar que quizás lo que ella necesitaba realmente era regresar. Quizás (pensó) le faltaba recuperar la sensación de su adolescencia, caminar por la vereda del colegio: cerrar las heridas. No lo sabía. Tampoco supo cómo tuvo la fuerza para ayudarla a empacar, para acompañarla hasta la estación y saludarla con un beso.