04 March, 2017

CACA EN LA CARA

~


Los especialistas de todo el mundo no tenían nada para decir al respecto. El término más equilibrado para nombrarlo sería "fenómeno", aunque en la bibliografía de su época principalmente se usaban las palabras "amanecer", "epidemia" o "revolución intelectual y moral". De todas formas, lo de su época tampoco se puede describir como bibliografía; más bien eran algunos comentarios sueltos en las redes sociales.

Esta es una historia de la época de las redes sociales. Quién la comenzó, no tengo idea: a lo mejor fue bruce lee en 1970 cuando habló de volverse como el agua, o quizás fue eva perón, aunque lo más probable es que haya sido el profeta elías hace unos tres mil años.
No quisiera hablar de lo que no sé, pero hay que aclarar de antemano que ahora ya es tarde para tratar de abarcar al fenómeno con nuestra mente, porque el "fenómeno" terminó por contenernos y encerrarnos a todos. Ahora, los que intentan analizarlo o definirlo terminan por caerse en un infierno de metáforas sin objeto, en un loop del que solamente salen humillados y rendidos.
¿Quién había provocado tanto caos entre los humanos domesticados? ¿Era caos realmente? Algo, sin dudas, tenía que ver la caída de la unión soviética, seguro; pero más todavía tenía que ver la llegada de unos cosmonautas que nos invitaron a conocer la tierra de los cuentos de hadas a la que llamamos internet. En orden de prioridad, todos fuimos embarcando hacia ese planeta para asegurarnos cuanto antes una parcela. Charlando ahí, mucha gente se fue dando cuenta que lo que le pasaba no era ni tan raro ni tan personal.
La televisión y el cine les habían estado mintiendo. Tal vez no supieron entender lo que estaban mirando. Un sector importante y peligroso de estos eran los que se habían cansado de programas estúpidos sobre trivias ridículas que jugaban con los sueños de los laburantes, ilusionándolos con premios millonarios que nadie jamás recibía. También se habían cansado de representaciones sobreactuadas, de chimentos tan escatológicos como intrascendentes, de series acerca de médicos proeficientes, románticos policías justicieros y el sinfín de argumentos sobre huérfanos cantores con vidas aristocráticas. De noticias morbosas, de predicadores del apocalipsis que los tuteaban, de famosos en concursos de baile. De ruidosos periodistas deportivos que no lo eran, trabados en eternas discusiones que tampoco lo eran, saturados de información vacía. Y no había más paciencia, ni para el cadáver que invitaba gente al almuerzo, ni para la vieja de peluca rubia que hacía preguntas boludas.



Miraron eso durante horas, todas las semanas, cuando volvían a sus casas. Los años se les volvieron décadas. Por sobreexposición de caca en la cara, ese núcleo de disconformidad era ahora un foco guerrillero del consumo alternativo. No querían más mugre en sus oídos, en su plato, en sus sueños subconscientes, y ya habían perdido el miedo a la burla pública.
Porque, hay que mencionarlo, la imagen de alguien gateando desconcertado mientras la plebe le tira podredumbres en la cara dejaba para siempre de ser un relato del fracaso. En esta era, el verdadero escarmiento público (el que sufrieron esos adelantados que tomaron la vanguardia para enfrentarse "uno contra uno" al nuevo jefe) era el yugo de una indiferencia sin desprecio, una demostración de infinita irrelevancia que reflejaba la amenaza que esos quijoteros representaban para el nuevo orden de los tiempos: lo mismo que nada.
Entonces, lógicamente, armaron clubes. Y esos clubes tuvieron sus picas, para regocijo de los mediocres, y disputaron sus torneos imaginarios y sus batallas campales, como es saludable a todos los clubes. Fue.
Digamos, ya que estamos, que las cosas habían mejorado. La humanidad había dado un paso extraño en dirección hacia su propia felicidad, a la vez que se alejaba del iluminismo con el que se había cebado tanto de la cabeza. Por el camino de los grandes errores graciosos, de los collares de cuarzo y de los libros de autoayuda, se abría una senda perdida hacia la caída del imperio romano de occidente. De eso tenemos que hablar, claro, pero ¿por dónde se comienza una historia cuando no es desde sus orígenes? Desde sus efectos, digo yo: y eso es precisamente lo que se empezó a sentir en esta breve etapa en la que fechamos nuestro cuento.
Algo había empezado a deslizarse por fuera de los cánones del mundo, algo que al principio causó gracia porque generaba mucha incomprensión, pero que pronto se volvió más real que la realidad, y hubo que empezar a tomarlo como cosa seria. Unos chamanes peruanos habían inclinado la balanza electoral en beneficio de donald trump, un puñado de hackers enmascarados proclamaba estar persiguiendo bajo amenazas al grupo bilderberg, y lo que comenzó como una reacción contra la prohibición del topless femenino terminó en un levantamiento a escala nacional con incendios en las comisarías y jueces federales colgados de los árboles; que tuvo enfrentamientos sangrientos contra los autodenominados maestros voluntarios. El vaso de lo normal estaba comenzando a derramar desde el fondo, ya estaba pinchado, y se notaba demasiado.
Pero, de todos modos, la anomalía pasaba a ser un lugar habitable. También la muerte, aunque las reformas nunca alcanzaron el ámbito de lo doméstico, donde seguía siendo tan dolorosa como irremediable. Al menos, la nueva administración había tenido la sensatez de intentar hacer algo al respecto, más allá de saber perfectamente que no se podía hacer nada que cambiara los resultados, obviamente. El enfoque, hay que rescatarlo, demostró que el nuevo modelo tenía la capacidad de generar aportes valiosos, reasignando los recursos y adquiriendo estrategias de otros sectores; de los indios, por ejemplo, a quienes se volvió a poner de moda, tercerizados, eso sí.

~