18 June, 2015

¿QUÉ ERA?

Tenía diecisiete años, estaba parada en silencio, frente a la multitud, y sosteniendo la bandera que le habían puesto en las manos para que se supiera que ella tenía el mejor promedio del pueblo. Estaba acostumbrada a estos rituales, a la mirada del público y al aburrimiento analgésico que se prolongaba como el cielo nublado del otoño. Las palabras del intendente le llegaban con un eco deforme, lacónicas. Ya no se gastaba en sonreírle. Cuando todavía tenía amigas, la bandera había sido causa de expectativas, vanidad y rumores con su nombre, pero ahora las chicas solamente susurraban que ella estaba poseída, o hipnotizada.
La tarada con las mejores notas. Lo único que pensaba era que ya le faltaban pocos días para volar hacia la ciudad. El pueblo era demasiado, no sé, cobarde como para perdonar a cualquiera que tuviera algo entre el pecho y la espalda. Y su conciencia estaba en otro lado porque generalmente no la necesitaba. Pasaba las tardes fantaseando con algún hombre que le atara las muñecas a la cabecera de la cama. Estaba aburrida, ese aburrimiento empezaba a dolerle y entonces lo único que podía esperar era a cualquiera que llegara para sacarle el dolor pero sin preguntarle nada, sin pedirle explicaciones porque tampoco tenía nada para decir sobre el tema.



Pensó que iba a extrañar a su perra, una siberiana que traía el palo cuando ella lo tiraba. Se dio cuenta que un hombre la estaba mirando. Era un policía, no tanto mayor que ella, pero el uniforme y el corte de pelo hacían que perteneciera al mundo adulto. Le sostuvo la mirada, conteniendo sus gestos y expresiones, como si llevara pintada encima de la suya la cara de un sarcófago. Sintió una ráfaga de vida por dentro, porque todos miraban hacia el frente pero ella lo hacía en la dirección del público, hacia ese chabón y era como estar desnuda frente a la multitud.
¿Qué era? Electricidad. Lo que se siente en la piel y en las tripas cuando pasa exactamente lo que tiene que pasar, aunque sepamos que no debería estar pasando, o tal vez precisamente por ello. El susurro de lo real: sentía como si hubiera peces nadando adentro suyo, por todas partes.
El viento que alivianaba el peso de la tarde y el rebote del sonido contra los muros de la iglesia la devolvieron a la realidad. Abandonó los músculos de su cara al control de la gravedad, mientras se sumergía en un sueño diurno: ella era ella, el pueblo era el pueblo, y la estaban quemando en la hoguera. No podía moverse ni gritar, ni tampoco lo intentaba. En la mirada de la gente había curiosidad y culpa, y así pudo entender quién era, y por qué le tenían miedo.